Sea por nuestras raíces, sea por la gastronomía, sea porque la logística siempre es la más sencilla, o sea por lo que sea, la zona de la Serranía de Cuenca siempre ejerce su atracción a la hora de elaborar una travesía ciclista del tipo de las que nos gustan: con dureza, bosques, montañas y algo (o mucho) de BTT. Hace un par de años ya realicé en solitario la denominada "Donde nacen los ríos" (ojalá, en breve, ahora que parece que me vuelve a venir la inspiración, os la pueda relatar pronto por aquí). La que en esta ocasión os voy a describir, sin embargo, es la penúltima aventurilla que Javi -el último gran fichaje para estas gestas- y servidor nos marcamos esta pasada Semana Santa, y que bautizamos como el "Universal Mounts Tour", en homenaje a estas majestuosas montañas.
Es conocido -y creo que lo hemos comentado alguna vez por aquí también- que esta zona, que forma parte de lo que se denomina popularmente la "Serranía Celtibérica" (es decir, las zonas montañosas que es Sistema Ibérico dibuja en Teruel, Cuenca, Guadalajara, Zaragoza, Soria y Burgos, principalmente) se asocia con Laponia porque, como en la región finesa, la densidad de población es bajísima. Quién sabe si la belleza de sus parajes no esté acaso relacionada precisamente con ese dato: con la baja densidad. Sea como fuere, esta asociación de los Montes Universales (y alrededores) con Laponia fue reiterativa en nuestra travesía, pero por razones que desvelaremos más abajo.
En el diseño del recorrido, tratamos de tocar no sólo la Serranía de Cuenca, sino también su hermana ibérica de Albarracín y la zona del Alto Tajo. En concreto, había varios atractivos naturales que no queríamos perdernos: los Pinares de Rodeno situados al sur de Albarracín, la Cascada del Molino de San Pedro, los Ojos del Cabriel, el Nacimiento del Río Tajo, el Puerto del Cubillo, los Callejones de las Majadas, el Río Escabas, el Nacimiento del Río Cuervo y la Vega del Guadalaviar en su tramo entre Villar del Cobo y Tramacastilla. Con todos estos parajes claros, prácticamente sólo hubo que unir los puntos, tratar de no enganchar demasiada carreterota y decidir los sitios para la pernocta.
Así pues, la cosa quedó de la siguiente manera:
RECORRIDO
ETAPA 1: ALBARRACÍN - JABALOYAS
Análisis wikiloc
Análisis ibp
Etapa corta, preciosa y con muchísima más tela que cortar de lo que parecía al diseñarla. Ese error, el de subestimar su dureza, nos conduciría a la primera liadita de la travesía, como os detallaré a continuación.
Lo cierto es que comenzamos tarde la etapa. El desplazamiento en coche desde nuestros lugares de residencia hasta Teruel, junto con -admitámoslo- alguna demora y un puntito de pachorra, hizo que empezáramos a rodar casi a las 16 horas. Veréis que el track comienza con un garbeo por el casco urbano de Albarracín. Y es que, por si no fuera poco con este abúlico inicio, decidimos buscar en el pueblo una fuente para cargar nuestras mochilas de hidratación.
Finalmente, una vez en marcha, tomamos la carreterita en dirección a las pinturas rupestres. Nada más abandonar el pueblo, la carretera pica hacia arriba, con un desnivel medio del 5%, hasta coronar en uno de los abrigos que contiene arte rupestre. Visita, foto de rigor y, al reemprender la marcha, transitamos por unos parajes bellísimos, con mucha piedra de rodeno que hacía las delicias de los escaladores que allí estaban, en una tarde templada. La carretera -merece la pena subrayarlo- es de las que nos encandilan (estrecha, con buen firme y poco tráfico) y, poco a poco, se va adentrando en un bosque de pinares espectacular sobre un terreno ondulado.
En el kilómetro 18,1 de nuestra ruta, y tras un breve descenso, desembocamos en la A-1513, cogiéndola a nuestra derecha. Sin embargo, inmediatamente después, la abandonamos para tomar una pista de buen firme a la izquierda, siguiendo las indicaciones de "vestigios de la Guerra Civil". Desde aquí hay algo más de tres kilómetros con un desnivel medio del 5%. Esta segunda dificultad montañosa ya se nos atragantó un pelín y nos puso sobre la sospecha de que el margen entre el ocaso y la finalización de la etapa iba a ser escaso.
Tras merendar y finalizar el ascenso en en km. 24,4 de nuestra etapa, iniciamos un descenso divertido aunque con alguna regata peligrosa en el camino, producto de las copiosas lluvias durante el invierno. A mitad de descenso, por cierto, existe una encrucijada de caminos que, no obstante, está muy bien indicada. Nosotros tomamos el camino de la izquierda hasta finalizar el descenso en el Barranco de Ligros, una bucólica vega jalonada, de nuevo, de piedras de rodeno con formas imponentes.
Al abandonar el Barranco de Ligros, dejando el camino TE-67 para tomar una pista a nuestra derecha, comenzaron las dificultades. La nueva pista, aun siendo ciclable, tenía ya un firme baste irregular y el primer repechón resultó bastante exigente. Javi, probablemente, pagó la novatada de haber rodado toda la etapa con mucho desarrollo, de manera que estas renovadas rampas por terreno roto le pusieron la musculatura al borde de la contractura. Se hizo imprescindible, por lo tanto, parar varias veces y estirar, por más que las sombras se alargaban, la luz se iba extinguiendo y la temperatura caía en picado. Finalmente, acabaríamos llegando a Jabaloyas en torno a las 20 horas, en medio de una oscuridad total y de unos ladridos de procedencia incierta y, por tanto, algo inquietantes. Una vez más, nos acordamos de los viejos adagios: "¡qué fáciles salen las etapas al diseñarlas en el ordenador!" y "¡qué duro es este deporte, Pedro!"
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Como contraste a esta lóbrega entrada a Jabaloyas, el alojamiento, "Las Leyendas del Jabal", resultó ser un sitio más que agradable. Javier, el señor que lo regenta, nos preparó una cena "a base de picoteo" (lit.) de unos 15 deliciosos platos que, a buen seguro, hubieran cubierto el gasto energético de la travesía completa y que, naturalmente, no nos pudimos acabar. Al día siguiente, para desayunar, nos volvimos a dar otro atracón legendario. Se desarrollara como se desarrollara la etapa, la pájara quedaba descartada.
Desayuno pantagruélico. A ver quien es el guapo que se pone a dar pedales después de eso |
ETAPA 2: JABALOYAS - TRAGACETE
Análisis ibp
Después de tamaño desayuno, partimos con renovadas energías (llamadlo así, llamadlo empacho) en dirección sur por una carreterita que circundaba el Cerro Jabalón, en constante subida. Tras una pequeña equivocación en el km 2,8 de nuestra ruta, donde cogimos por error una pista a nuestra derecha, enganchamos de nuevo la carretera para abandonarla en el km. 8,8 en una curva casi de herradura. Esa pista nos elevaría por encima de los 1600 msnm por primera vez, lo que suponía empezar a rodar, a ratos, por nieve. En mi caso, era la primera vez que pisaba nieve con la burra: la sensación me pareció muy divertida. (No tenía ni p*** idea de lo que me esperaba, jajaja).
En el km 14,2, no obstante, abandonamos la pista para coger la A-2703 a nuestra derecha, llaneando. Esta carretera, bastante amplia, resultaba un poco insípida pero, afortunadamente, justo antes de Toril, cogeríamos a mano izquierda la TE-V-9122 que, desde Masegoso, nos condujo en suave descenso y progresivo estrechamiento hasta las inmediaciones de la Cascada del Molino de San Pedro. Momento para hacer un alto en el camino, y comer, tirando de embutido y conservas, junto al salto de agua. La cascada, bien; aunque el sitio es más inaccesible de lo que pensábamos.
Tras la comida, reemprendimos la ruta rumbo al segundo "hito de la naturaleza" del día: Los Ojos del Cabriel (lo encontraréis también en singular, "El Ojo del Cabriel"). Por lo que pude bichear en internet, existe una cierta controversia en si ése puede considerarse el verdadero nacimiento de nuestro querido río. Nuestra humilde conclusión es que en tiempo de lluvias o, como era el caso, de recientes nieves, es obvio que el arroyo nace mucho más arriba, a apenas unos centenares de metros del Nacimiento del Tajo; pero, probablemente, en el periodo seco el río nazca realmente aquí. El paraje en sí, para ser honestos, nos dejó un poco fríos: se trata de una veguilla salpicada aquí y allá de chopos, en la que el terreno arcilloso de la zona hace brotar el agua de la tierra. Curioso; sin más. Para el que no se sienta vinculado a este río, probablemente decepcionante.
Después de visitar Los Ojos del Cabriel, no queda otra que pegar media vuelta para volver a la carreterita que nos presenta en el pueblo de El Vallecillo. Hay que salvar, por cierto, un repechón exigente por un camino a ratos medio roto. El premio, eso sí, será unas bonitas vistas desde "el mirador del Ojo del Cabriel".
De vuelta a la carretera, casi inmediatamente, como digo, llega el pueblo de El Vallecillo, que nosotros obviamos para continuar siempre en dirección NO por lo que en principio es una carreterita estrecha y, un poco más allá, un camino de tierra compactada. El camino discurre por el lecho de un valle precioso que se encontraba cubierto parcialmente de nieve en las zonas umbrías. En algún momento, por cierto, se atraviesa alguna propiedad privada y toca bajar de la burra y abrir y cerrar puertas para que el ganado no se escape. A esas alturas, Javi iba, lamentablemente, pagando de nuevo los esfuerzos del día anterior. Y es que hay que decir que, aunque con buen firme, el camino, al remontar el valle, va siempre picando hacia arriba. Ese factor, unido al viento de cara, le añadió una dureza a la etapa inesperada. "¿Cuánto queda para el Nacimiento del Tajo?"; "No sé, no puede quedar mucho", y así en bucle durante unos 13 kms. No obstante, este segmento desde El Vallecillo hasta el Nacimiento del Tajo me pareció, personalmente, de los mejores momentos de la travesía. Acompañados por el rumor del Cabriel, que recogía el agua del deshielo, pudimos avistar un montón de fauna (cérvidos, zorros, águilas) que se movía libremente en este territorio fronterizo entre Cuenca y Teruel. Este tipo de regalos es el que hace que la afición a la Mountain Bike se te meta en el tuétano.
Y al fin, tras coronorar un collado en el km 48,5, nuevo valle y, ¡tachán!, El Nacimiento del Tajo. Fue una bendición que la fuente que da origen al mayor río de la península estuviera orientada hacia el sur y en un calvero, puesto que, en caso contrario, no hubiéramos podido acceder por la nieve. Aún así, todavía había muchos restos de la misma y el terrero alrededor estaba completamente inundado. Momento para la merienda y unos fotos obligadas.
Los últimos 20 kms serían todos de carretera. Los primeros 5 kms, por un terreno ondulado, con el río a nuestra derecha y una masa forestal impresionante a la izquierda. Después, en una curva pronunciada a izquierdas, un breve ascenso para coronar el Puerto del Cubillo. Una vez coronado el puerto no se desciende inmediatamente, sino que existen un par de kilómetros de falso llano en los que se rueda siempre por encima de los 1600 msnm. Las máquinas quitanieve habían hecho su trabajo y el asfalto estaba en perfectas condiciones, pero pudimos comprobar que en esa franja de bosque cerrado la nieve tenía un grosor de más de medio metro. Y, sin embargo, nada de ello nos llevaría a reflexión (y hasta aquí, de momento, puedo leer, jajaj). Después, entonces ya sí, emprendimos un rápido descenso hasta enlazar con la CM-2106 a la derecha. 5 kms después, llaneando, llegamos, apurando de nuevo los últimos rayos de luz, a Tragacete.
En el km 14,2, no obstante, abandonamos la pista para coger la A-2703 a nuestra derecha, llaneando. Esta carretera, bastante amplia, resultaba un poco insípida pero, afortunadamente, justo antes de Toril, cogeríamos a mano izquierda la TE-V-9122 que, desde Masegoso, nos condujo en suave descenso y progresivo estrechamiento hasta las inmediaciones de la Cascada del Molino de San Pedro. Momento para hacer un alto en el camino, y comer, tirando de embutido y conservas, junto al salto de agua. La cascada, bien; aunque el sitio es más inaccesible de lo que pensábamos.
Cascada del Molino de San Pedro |
Tras la comida, reemprendimos la ruta rumbo al segundo "hito de la naturaleza" del día: Los Ojos del Cabriel (lo encontraréis también en singular, "El Ojo del Cabriel"). Por lo que pude bichear en internet, existe una cierta controversia en si ése puede considerarse el verdadero nacimiento de nuestro querido río. Nuestra humilde conclusión es que en tiempo de lluvias o, como era el caso, de recientes nieves, es obvio que el arroyo nace mucho más arriba, a apenas unos centenares de metros del Nacimiento del Tajo; pero, probablemente, en el periodo seco el río nazca realmente aquí. El paraje en sí, para ser honestos, nos dejó un poco fríos: se trata de una veguilla salpicada aquí y allá de chopos, en la que el terreno arcilloso de la zona hace brotar el agua de la tierra. Curioso; sin más. Para el que no se sienta vinculado a este río, probablemente decepcionante.
Panorámica desde el mirado de Los Ojos del Cabriel |
Después de visitar Los Ojos del Cabriel, no queda otra que pegar media vuelta para volver a la carreterita que nos presenta en el pueblo de El Vallecillo. Hay que salvar, por cierto, un repechón exigente por un camino a ratos medio roto. El premio, eso sí, será unas bonitas vistas desde "el mirador del Ojo del Cabriel".
De vuelta a la carretera, casi inmediatamente, como digo, llega el pueblo de El Vallecillo, que nosotros obviamos para continuar siempre en dirección NO por lo que en principio es una carreterita estrecha y, un poco más allá, un camino de tierra compactada. El camino discurre por el lecho de un valle precioso que se encontraba cubierto parcialmente de nieve en las zonas umbrías. En algún momento, por cierto, se atraviesa alguna propiedad privada y toca bajar de la burra y abrir y cerrar puertas para que el ganado no se escape. A esas alturas, Javi iba, lamentablemente, pagando de nuevo los esfuerzos del día anterior. Y es que hay que decir que, aunque con buen firme, el camino, al remontar el valle, va siempre picando hacia arriba. Ese factor, unido al viento de cara, le añadió una dureza a la etapa inesperada. "¿Cuánto queda para el Nacimiento del Tajo?"; "No sé, no puede quedar mucho", y así en bucle durante unos 13 kms. No obstante, este segmento desde El Vallecillo hasta el Nacimiento del Tajo me pareció, personalmente, de los mejores momentos de la travesía. Acompañados por el rumor del Cabriel, que recogía el agua del deshielo, pudimos avistar un montón de fauna (cérvidos, zorros, águilas) que se movía libremente en este territorio fronterizo entre Cuenca y Teruel. Este tipo de regalos es el que hace que la afición a la Mountain Bike se te meta en el tuétano.
Magic valley |
Y al fin, tras coronorar un collado en el km 48,5, nuevo valle y, ¡tachán!, El Nacimiento del Tajo. Fue una bendición que la fuente que da origen al mayor río de la península estuviera orientada hacia el sur y en un calvero, puesto que, en caso contrario, no hubiéramos podido acceder por la nieve. Aún así, todavía había muchos restos de la misma y el terrero alrededor estaba completamente inundado. Momento para la merienda y unos fotos obligadas.
Algunos estábamos para más coñas que otros, jeje |
Así estaba el terreno |
Los últimos 20 kms serían todos de carretera. Los primeros 5 kms, por un terreno ondulado, con el río a nuestra derecha y una masa forestal impresionante a la izquierda. Después, en una curva pronunciada a izquierdas, un breve ascenso para coronar el Puerto del Cubillo. Una vez coronado el puerto no se desciende inmediatamente, sino que existen un par de kilómetros de falso llano en los que se rueda siempre por encima de los 1600 msnm. Las máquinas quitanieve habían hecho su trabajo y el asfalto estaba en perfectas condiciones, pero pudimos comprobar que en esa franja de bosque cerrado la nieve tenía un grosor de más de medio metro. Y, sin embargo, nada de ello nos llevaría a reflexión (y hasta aquí, de momento, puedo leer, jajaj). Después, entonces ya sí, emprendimos un rápido descenso hasta enlazar con la CM-2106 a la derecha. 5 kms después, llaneando, llegamos, apurando de nuevo los últimos rayos de luz, a Tragacete.
Fresquito a los 1617 msnm |
ETAPA 3. TRAGACETE - VEGA DEL CODORNO
Análisis Wikiloc
Análisis IBP
Etapa corta que, de no haber sido por la visita al Nacimiento del Río Cuervo, hubiera resultado completamente insustancial. La cosa tiene su explicación: tras finalizar, otra vez sobre el umbral del crepúsculo, la segunda etapa, decidimos tener una asamblea de urgencia. El recorrido diseñado, en el que no hubo participación democrática (jajja), quedaba claro ya que resultaba demasiado exigente para la poca preparación que había realizado Javi. Este tipo de actividad no deja de ser un deporte de resistencia y, por tanto, las cosas no iban a ir a mejor con el paso de los días. Por otro lado, días antes, yo ya le había comentado a Javi que el tercer día constituiría "nuestra etapa reina", con un diseño en forma de "C", a priori espectacular, que nos metería en el cogollo de la Serranía de Cuenca, visitando los maravillosos Callejones de las Majadas y rodando junto al límpido Río Escabas. Pintada en Wikiloc, la etapa tenía casi 1400 metros de desnivel acumulado y 74 km; ya sabemos que siempre son más. En definitiva, Javi presentaba su dimisión para esta etapa: necesitaba un día de medio-descanso para poder afrontar con garantías la cuarta y última etapa que, aunque algo menos exigente, también iba a resultar muy cañera. Y, sin embargo, yo diría que hasta había soñado con esa jornada desde que en "Donde nacen los ríos" descrubí, casi por casualidad, la preciosa carreterita de Las Majadas. Aquí podéis ver el diseño de la etapa pintada en Wikiloc.
Así pues, empezamos a barajar posibilidades, aunque pronto nos dimos cuenta de que lo más razonable era continuar juntos, recortando kilómetros y dureza. Habíamos empezado juntos la aventurilla y juntos la terminaríamos. De esta forma, ese día finalizaríamos en Vega del Codorno, el mismo destino que habíamos programado, pero desistiendo de esa gran "C" que nos metía en Las Majadas, sino que continuaríamos recto por la CM-2106. Para completar la mañana: visita al Nacimiento del Río Cuervo. Luego, comida de picnic y bajar a Vega del Codorno a descansar.
En ocasiones, hay que saber renunciar a lo que uno había programado. Y las montañas y los valles no se van, siguen estando ahí; esperando la siguiente oportunidad. Además, tal y como se desarrollaron los acontecimientos el siguiente día, estoy convencido de que fue la mejor de las decisiones.
ETAPA 4. VEGA DEL CODORNO - ALBARRACÍN
Análisis Wikiloc
Análisis IBP
Etapa corta que, de no haber sido por la visita al Nacimiento del Río Cuervo, hubiera resultado completamente insustancial. La cosa tiene su explicación: tras finalizar, otra vez sobre el umbral del crepúsculo, la segunda etapa, decidimos tener una asamblea de urgencia. El recorrido diseñado, en el que no hubo participación democrática (jajja), quedaba claro ya que resultaba demasiado exigente para la poca preparación que había realizado Javi. Este tipo de actividad no deja de ser un deporte de resistencia y, por tanto, las cosas no iban a ir a mejor con el paso de los días. Por otro lado, días antes, yo ya le había comentado a Javi que el tercer día constituiría "nuestra etapa reina", con un diseño en forma de "C", a priori espectacular, que nos metería en el cogollo de la Serranía de Cuenca, visitando los maravillosos Callejones de las Majadas y rodando junto al límpido Río Escabas. Pintada en Wikiloc, la etapa tenía casi 1400 metros de desnivel acumulado y 74 km; ya sabemos que siempre son más. En definitiva, Javi presentaba su dimisión para esta etapa: necesitaba un día de medio-descanso para poder afrontar con garantías la cuarta y última etapa que, aunque algo menos exigente, también iba a resultar muy cañera. Y, sin embargo, yo diría que hasta había soñado con esa jornada desde que en "Donde nacen los ríos" descrubí, casi por casualidad, la preciosa carreterita de Las Majadas. Aquí podéis ver el diseño de la etapa pintada en Wikiloc.
Así pues, empezamos a barajar posibilidades, aunque pronto nos dimos cuenta de que lo más razonable era continuar juntos, recortando kilómetros y dureza. Habíamos empezado juntos la aventurilla y juntos la terminaríamos. De esta forma, ese día finalizaríamos en Vega del Codorno, el mismo destino que habíamos programado, pero desistiendo de esa gran "C" que nos metía en Las Majadas, sino que continuaríamos recto por la CM-2106. Para completar la mañana: visita al Nacimiento del Río Cuervo. Luego, comida de picnic y bajar a Vega del Codorno a descansar.
Nacimiento del Río Cuervo |
Los accesos estaban casi impracticables debido al deshielo |
En ocasiones, hay que saber renunciar a lo que uno había programado. Y las montañas y los valles no se van, siguen estando ahí; esperando la siguiente oportunidad. Además, tal y como se desarrollaron los acontecimientos el siguiente día, estoy convencido de que fue la mejor de las decisiones.
Bajada a Vega del Codorno |
Análisis IBP
Lo escueto de la etapa 3 nos permitió descansar durante toda la tarde del día anterior, algo que no había ocurrido en las anteriores jornadas. Así que, además de patear un poco la zona, visitar La Cueva del Nacimiento y tomarnos algunas cervezas, pudimos analizar un poco la cuarta etapa. Sobre el papel: 75 km y unos 1200 metros. No estaba mal, teniendo en cuenta que era la última etapa y que luego tocaban dos horas más de coche hasta casa. Hubo varias especulaciones sobre qué sería lo más complicado ¿El Puerto del Portillo? ¿La propia longitud de la misma?. El tramo de camino, convinimos finalmente. Creo recordar que en algún momento pronuncié las fatales palabras: "Me conformo con que sea ciclable, que no haya que empujar la bici". El maleficio se había desatado, jajaj.
Fruto de este análisis pormenorizado de la etapa -realmente el primero que hacíamos en toda la travesía- empezamos temprano a picar biela. Remontamos el valle (la vega) en la que está el pueblo, enganchamos con la CM-2106 en dirección N y, en el km 6,9 de nuestra ruta, tomamos un carril a la derecha. Las primeras sensaciones fueron alentadoras: el carril, aunque húmedo, con serias regatas y algún repechón muy duro, se dejaba ciclar. "No hace falta avanzar rápido en este tramo. Basta con hacerlo sobre la burra", nos repetíamos como un mantra. Recuerdo tener una sensación muy especial: la aventurilla nos estaba embriagando en aquel bosque con un silencio sepulcral donde se nos apareció un ciervo -o acaso fue un gamo- en un cruce de caminos, como una epifanía. Un par de kilómetros más allá, sin embargo, otra vez por encima de los 1600 msnm, ora la nieve, ora los charcos de barro, iban apareciendo a nuestro paso. En ese punto, todo se podía sortear sin demasiados contratiempos y nuestra expectativa era que el terreno mejorara cuando engancháramos el "Carril del Rilaga", que llegaría en el km 13,1 de nuestra ruta. "El carril del Rilaga" es una extraña carreterita en medio de estos montes. Tiene señalización pero no guardarraíles; en algún momento estuvo asfaltada pero, en apariencia, no se ha vuelto a alquitranar en, al menos, 50 años; enlaza con la CM-2106 y se pierde en medio de la nada. Como digo, un misterio que le daba un halo todavía más inquietante a nuestro avance.
Nuestras expectativas se vieron frustradas. No, en el "Carril del Rilaga" el camino no estaba mejor; de hecho, estaba todavía peor. Obviamente, sabíamos que la máquina quitanieves no habría pasado ni se la esperaba por allí, pero el hecho de descender unas decenas de metros y volver a movernos en la franja de los 1500-1600 msns, nos había dado esperanzas. Nada de eso: el carril se encuentra en la parte norte del monte y, por tanto, umbría. El tomo de nieve era ya tal que, aunque todavía se podía apoyar la cubierta aprovechando la rodada de un todo-terreno, las alforjas y los pedales rozaban con la nieve virgen y era imposible mantener la vertical sentados en la burra. Unos centenares de metros más allá, ni tan siquiera eso: la rodada del cuatro por cuatro había desaparecido. Tocaba continuar empujando la bici por nieve virgen quién sabe cuantos kilómetros o dar la vuelta. Y, claro, nos asaltaron las dudas. Porque, además, no teníamos una noción clara de cuánto tramo tendríamos que afrontar en esas circunstancias. Sea como fuere, decidimos continuar. Unos centenares de metros más allá, creímos estar empezando a alucinar "¿Son eso ciclistas? ¿En pantalones cortos?" Efectivamente, el señor Cañas, colaborador de este blog, se encontraba con un amigo, luciendo piernas en medio de la nieve, tratando de realizar, sin éxito, "enduro". Ya es casualidad. Total, que, después de ponernos un poco al día, le pedimos consejo. Y Cañas nos desaconsejaba seguir avanzando. Lo mejor era volver por nuestros pasos. Eso, o buscar el Nacimiento del Júcar, desde allí al Albergue de San Juan para volver a Tragacete. Pero ¿volver a Tragacete? ¿por monte a través? No nos seducía nada esa idea. También, como decimos, estaba la opción de volver. Desandar lo andado, tomar la CM-2106, pasar el Puerto de Belvalle y alcanzar Peralejos de las Truchas para, desde allí, por carretera, llegar a Albarracín. En otras palabras, marcarnos una etapa de 100 kms, más el tute que ya llevábamos en ese momento. Menuda encrucijada! (llamadlo encrucijada, llamadlo liadita de pelotas). Después de mucho cavilar, decidimos, finalmente, continuar nuestra ruta; continuar al modo en que los guías tuaregs continúan sus travesías en el desierto; continuar obviando cualquier otra consideración. Unas apelaciones mutuas al valor y los genitales -¿qué tendrán que ver en todo esto?- y, sobre todo, el hecho de volver a tomar el valle con orientación S -encontrando así tramos con la nieve derretida- nos infundó valor y nuevas energías, pero éstas se esfumaron tan pronto como nos adentramos en otra zona umbría.
Empujar una bici con alforjas sobre un manto de nieve virgen que en ocasiones superaba los 70 cm me pareció una cosa bastante bruta. Hacerlo durante -calculamos- un total de 14 kilómetros con sólo alguna breve tregua, una barbaridad sin parangón. En los tramos más complicados, era imposible recorrer más de 100 metros sin tener que hacer una parada para oxigenarse y relajar el ritmo cardíaco. Como podréis imaginar, allí cayeron todos los geles y gorrinadas de alto valor energético de las que disponíamos. La nieve, por supuesto, caló en nuestros culottes y zapatillas de BTT, entumeciendo los dedos de los pies y dejándonos el cuerpo hecho unos zorros. En mi caso, sabía que algo empezaba a funcionar mal en mi cabeza, pues aunque tenía claro que no era comparable, no dejaba de pensar en una lectura reciente sobre la tragedia del K2 en 2008. Me río mientras escribo estas líneas, pero juro que no me hacía ninguna gracia todo aquello allí, varado en la nieve.
Pero, al fin, en el km. 25 de nuestra ruta, con las lumbares y los gemelos hechos trizas de empujar, la nieve desapareció y descendimos, montados ya sobre las bicicletas, hasta un puentecito sobre el Río Tajo. Allí mismo empezaba o terminaba lo que en el mapa era la TE-V-9113, así que nuestras penurias debían desaparecer. Aún hubo, empero, todavía unos momentos de zozobra, puesto que pronto entendimos esa carretera tampoco tenía ningún tipo de mantenimiento ni era merecedora de quitanieves. Aunque rodábamos ya por un buen asfalto, había todavía algunas montoneras de nieve que obligaban a bajar de la burra y eso, ciertamente, nos desmoralizó. Apenas un par de kms más allá, felizmente, recibimos la insuflación de ánimo que necesitábamos: un coche venía de cara. Los ocupantes, muy majetes, debieron de vernos realmente jodidos, puesto que nos ofrecieron galletas y agua: lo que llevaban en el coche. Pero lo importante era que el camino mejoraba; desaparecía la nieve o, si acaso, la poca que quedaba estaba bien pisada por el mono-volumen.
Por fin optimistas, aunque un poco apajarados, continuamos a TE-V-9113 para enganchar con la TE-V-9032 y encarar el Puerto del Portillo, aunque las primeras rampas nos confirmaron que debíamos parar. Momento para alimentarse, secar nuestras prendas y desentumecer nuestros pies. Es increíble lo rico que sabe en esos momentos un fuet común, una lata de paté o unas sardinillas en escabeche.
El Puerto del Portillo, por el sitio donde lo atacamos nosotros, son sólo 2,7 kms al 8%. Nada, después de haber comido y venir con el subidón de haber burlado a la Parca (jajajj). Desde allí, rápido descenso a Guadalaviar, paradita para rellenar las mochilas de hidratación y, sin demasiada demora, poner rumbo a Albarracín. Y es que, a pesar del medio madrugón que nos habíamos pegado, volvíamos a andar mal de tiempo. El tramo de empujing en la Laponia Española había destrozado todas nuestras previsiones horarias.
En el km. 45,2 de nuestra ruta, abandonamos la TE-V-9032 para coger la carretera en dirección Villar del Cobo. Esta carretera, de buen asfalto, aprovecha el, digamos, cañoncete que el Río Griegos ha labrado en la piedra caliza, y nos condujo, en cómodo descenso, al pueblo. Una vez superado éste, cambiamos de valle y río, rodando paralelos al Guadalaviar, y afrontamos la última dificultad montañosa de la travesía: el Puerto de Calamocha (unos 4 km al 4%). A continuación, otro rápido descenso, con algo de gravilla esta vez, hasta Tramacastilla para, desde allí, enlazar con la A-1512 -una carretera ya bastante ancha y con cierta tendencia descendente- que nos conduciría, de nuevo en el ocaso, a Albarracín.
En total, 10h40' con la burra en movimiento; a ratos sobre ella, a ratos empujando. Una jornada de sol a sol, si le sumamos las paradas obligatorias. Una etapa que hubiera sido una delicia y que la nieve convirtió en uno de los mayores tormentos que, personalmente, he experimentado. Como ya nos habréis leído otras veces, si contamos estas cosas es para que no repitáis los errores que hemos cometido nosotros. Por nuestra parte, ya nunca olvidaremos que los montes nevados pueden ser tan hermosos como peligrosos, y que es imprescindible informarse del estado de los caminos y las carreteras secundarias. Este es un deporte/hobby maravilloso que se tiene que tratar de practicar con las mayores garantías de seguridad. Esta es, al menos, nuestra filosofía,... aunque a veces las cosas se tuerzan un poquete (jajaj)
Lo escueto de la etapa 3 nos permitió descansar durante toda la tarde del día anterior, algo que no había ocurrido en las anteriores jornadas. Así que, además de patear un poco la zona, visitar La Cueva del Nacimiento y tomarnos algunas cervezas, pudimos analizar un poco la cuarta etapa. Sobre el papel: 75 km y unos 1200 metros. No estaba mal, teniendo en cuenta que era la última etapa y que luego tocaban dos horas más de coche hasta casa. Hubo varias especulaciones sobre qué sería lo más complicado ¿El Puerto del Portillo? ¿La propia longitud de la misma?. El tramo de camino, convinimos finalmente. Creo recordar que en algún momento pronuncié las fatales palabras: "Me conformo con que sea ciclable, que no haya que empujar la bici". El maleficio se había desatado, jajaj.
Fruto de este análisis pormenorizado de la etapa -realmente el primero que hacíamos en toda la travesía- empezamos temprano a picar biela. Remontamos el valle (la vega) en la que está el pueblo, enganchamos con la CM-2106 en dirección N y, en el km 6,9 de nuestra ruta, tomamos un carril a la derecha. Las primeras sensaciones fueron alentadoras: el carril, aunque húmedo, con serias regatas y algún repechón muy duro, se dejaba ciclar. "No hace falta avanzar rápido en este tramo. Basta con hacerlo sobre la burra", nos repetíamos como un mantra. Recuerdo tener una sensación muy especial: la aventurilla nos estaba embriagando en aquel bosque con un silencio sepulcral donde se nos apareció un ciervo -o acaso fue un gamo- en un cruce de caminos, como una epifanía. Un par de kilómetros más allá, sin embargo, otra vez por encima de los 1600 msnm, ora la nieve, ora los charcos de barro, iban apareciendo a nuestro paso. En ese punto, todo se podía sortear sin demasiados contratiempos y nuestra expectativa era que el terreno mejorara cuando engancháramos el "Carril del Rilaga", que llegaría en el km 13,1 de nuestra ruta. "El carril del Rilaga" es una extraña carreterita en medio de estos montes. Tiene señalización pero no guardarraíles; en algún momento estuvo asfaltada pero, en apariencia, no se ha vuelto a alquitranar en, al menos, 50 años; enlaza con la CM-2106 y se pierde en medio de la nada. Como digo, un misterio que le daba un halo todavía más inquietante a nuestro avance.
Todavía resultaba divertido |
Nuestras expectativas se vieron frustradas. No, en el "Carril del Rilaga" el camino no estaba mejor; de hecho, estaba todavía peor. Obviamente, sabíamos que la máquina quitanieves no habría pasado ni se la esperaba por allí, pero el hecho de descender unas decenas de metros y volver a movernos en la franja de los 1500-1600 msns, nos había dado esperanzas. Nada de eso: el carril se encuentra en la parte norte del monte y, por tanto, umbría. El tomo de nieve era ya tal que, aunque todavía se podía apoyar la cubierta aprovechando la rodada de un todo-terreno, las alforjas y los pedales rozaban con la nieve virgen y era imposible mantener la vertical sentados en la burra. Unos centenares de metros más allá, ni tan siquiera eso: la rodada del cuatro por cuatro había desaparecido. Tocaba continuar empujando la bici por nieve virgen quién sabe cuantos kilómetros o dar la vuelta. Y, claro, nos asaltaron las dudas. Porque, además, no teníamos una noción clara de cuánto tramo tendríamos que afrontar en esas circunstancias. Sea como fuere, decidimos continuar. Unos centenares de metros más allá, creímos estar empezando a alucinar "¿Son eso ciclistas? ¿En pantalones cortos?" Efectivamente, el señor Cañas, colaborador de este blog, se encontraba con un amigo, luciendo piernas en medio de la nieve, tratando de realizar, sin éxito, "enduro". Ya es casualidad. Total, que, después de ponernos un poco al día, le pedimos consejo. Y Cañas nos desaconsejaba seguir avanzando. Lo mejor era volver por nuestros pasos. Eso, o buscar el Nacimiento del Júcar, desde allí al Albergue de San Juan para volver a Tragacete. Pero ¿volver a Tragacete? ¿por monte a través? No nos seducía nada esa idea. También, como decimos, estaba la opción de volver. Desandar lo andado, tomar la CM-2106, pasar el Puerto de Belvalle y alcanzar Peralejos de las Truchas para, desde allí, por carretera, llegar a Albarracín. En otras palabras, marcarnos una etapa de 100 kms, más el tute que ya llevábamos en ese momento. Menuda encrucijada! (llamadlo encrucijada, llamadlo liadita de pelotas). Después de mucho cavilar, decidimos, finalmente, continuar nuestra ruta; continuar al modo en que los guías tuaregs continúan sus travesías en el desierto; continuar obviando cualquier otra consideración. Unas apelaciones mutuas al valor y los genitales -¿qué tendrán que ver en todo esto?- y, sobre todo, el hecho de volver a tomar el valle con orientación S -encontrando así tramos con la nieve derretida- nos infundó valor y nuevas energías, pero éstas se esfumaron tan pronto como nos adentramos en otra zona umbría.
Así se ponían las ruedas en el tramo en el que se alternaba la nieve y el barro |
De lleno ya en todo el jaleo. Esto no tenía nada de divertido |
Empujar una bici con alforjas sobre un manto de nieve virgen que en ocasiones superaba los 70 cm me pareció una cosa bastante bruta. Hacerlo durante -calculamos- un total de 14 kilómetros con sólo alguna breve tregua, una barbaridad sin parangón. En los tramos más complicados, era imposible recorrer más de 100 metros sin tener que hacer una parada para oxigenarse y relajar el ritmo cardíaco. Como podréis imaginar, allí cayeron todos los geles y gorrinadas de alto valor energético de las que disponíamos. La nieve, por supuesto, caló en nuestros culottes y zapatillas de BTT, entumeciendo los dedos de los pies y dejándonos el cuerpo hecho unos zorros. En mi caso, sabía que algo empezaba a funcionar mal en mi cabeza, pues aunque tenía claro que no era comparable, no dejaba de pensar en una lectura reciente sobre la tragedia del K2 en 2008. Me río mientras escribo estas líneas, pero juro que no me hacía ninguna gracia todo aquello allí, varado en la nieve.
Pero, al fin, en el km. 25 de nuestra ruta, con las lumbares y los gemelos hechos trizas de empujar, la nieve desapareció y descendimos, montados ya sobre las bicicletas, hasta un puentecito sobre el Río Tajo. Allí mismo empezaba o terminaba lo que en el mapa era la TE-V-9113, así que nuestras penurias debían desaparecer. Aún hubo, empero, todavía unos momentos de zozobra, puesto que pronto entendimos esa carretera tampoco tenía ningún tipo de mantenimiento ni era merecedora de quitanieves. Aunque rodábamos ya por un buen asfalto, había todavía algunas montoneras de nieve que obligaban a bajar de la burra y eso, ciertamente, nos desmoralizó. Apenas un par de kms más allá, felizmente, recibimos la insuflación de ánimo que necesitábamos: un coche venía de cara. Los ocupantes, muy majetes, debieron de vernos realmente jodidos, puesto que nos ofrecieron galletas y agua: lo que llevaban en el coche. Pero lo importante era que el camino mejoraba; desaparecía la nieve o, si acaso, la poca que quedaba estaba bien pisada por el mono-volumen.
Dejando, al fin, atrás, la "Laponia española" |
El Tajo: fin de nuestras penurias |
Por fin optimistas, aunque un poco apajarados, continuamos a TE-V-9113 para enganchar con la TE-V-9032 y encarar el Puerto del Portillo, aunque las primeras rampas nos confirmaron que debíamos parar. Momento para alimentarse, secar nuestras prendas y desentumecer nuestros pies. Es increíble lo rico que sabe en esos momentos un fuet común, una lata de paté o unas sardinillas en escabeche.
El Puerto del Portillo, por el sitio donde lo atacamos nosotros, son sólo 2,7 kms al 8%. Nada, después de haber comido y venir con el subidón de haber burlado a la Parca (jajajj). Desde allí, rápido descenso a Guadalaviar, paradita para rellenar las mochilas de hidratación y, sin demasiada demora, poner rumbo a Albarracín. Y es que, a pesar del medio madrugón que nos habíamos pegado, volvíamos a andar mal de tiempo. El tramo de empujing en la Laponia Española había destrozado todas nuestras previsiones horarias.
Panorámica desde el Puerto del Portillo |
En el km. 45,2 de nuestra ruta, abandonamos la TE-V-9032 para coger la carretera en dirección Villar del Cobo. Esta carretera, de buen asfalto, aprovecha el, digamos, cañoncete que el Río Griegos ha labrado en la piedra caliza, y nos condujo, en cómodo descenso, al pueblo. Una vez superado éste, cambiamos de valle y río, rodando paralelos al Guadalaviar, y afrontamos la última dificultad montañosa de la travesía: el Puerto de Calamocha (unos 4 km al 4%). A continuación, otro rápido descenso, con algo de gravilla esta vez, hasta Tramacastilla para, desde allí, enlazar con la A-1512 -una carretera ya bastante ancha y con cierta tendencia descendente- que nos conduciría, de nuevo en el ocaso, a Albarracín.
En total, 10h40' con la burra en movimiento; a ratos sobre ella, a ratos empujando. Una jornada de sol a sol, si le sumamos las paradas obligatorias. Una etapa que hubiera sido una delicia y que la nieve convirtió en uno de los mayores tormentos que, personalmente, he experimentado. Como ya nos habréis leído otras veces, si contamos estas cosas es para que no repitáis los errores que hemos cometido nosotros. Por nuestra parte, ya nunca olvidaremos que los montes nevados pueden ser tan hermosos como peligrosos, y que es imprescindible informarse del estado de los caminos y las carreteras secundarias. Este es un deporte/hobby maravilloso que se tiene que tratar de practicar con las mayores garantías de seguridad. Esta es, al menos, nuestra filosofía,... aunque a veces las cosas se tuerzan un poquete (jajaj)
jajajajjaa . Espectacular Trazas !!! eso es una aventura y lo demas tonterias. Divertida la narracion y a la vez interesante todo lo que dices . Un crack !!!!! leyendo lo que has escrito, uno se imagina lo bonito que tiene que ser los lugares que habeis visitado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Aba! Se te echa de menos
ResponderEliminarCon esta frase queda dicho todo "Me río mientras escribo estas líneas, pero juro que no me hacía ninguna gracia todo aquello allí, varado en la nieve.".
ResponderEliminar¡Gran narración de la ruta!
Un abrazo.