martes, 12 de agosto de 2014

Cazorla de alforjas


A continuación vamos a relataros nuestra última aventurilla de alforjas, en esta Semana Santa del 2014. Lamentablemete, en esta ocasión no pudieron acompañarnos Aba y Toro, de manera que tuvimos que hacer otro fichaje –u otra víctima de nuestras locuras, como se quiera ver– Jordi.

La ruta consistió en una travesía circular en 4 etapas en la zona más oriental de la Sierra de Cazorla de unos 225 – 230 kilómetros. El itinerario sobre el que nos basamos fue una ruta que habíamos encontrado en wikiloc, “Cazorla circular”, a la que le añadimos algunos kilómetros más, con tal de adaptarla, principalmente, a los lugares que pudimos reservar para la pernocta. No, amigos, esta vez no hubo pernoctas con la tienda de campaña ni amenazas de multa de agentes del Seprona ¿Hemos madurado? Bueno, creo que el tema de la climatología tuvo más que ver a este respecto.



Etapa 1. Pozo Alcón – Pontón Alto
71 km. aprox. 1200 metros de desnivel positivo.
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=6645806

Así pues, comenzamos nuestra ruta desde Pozo Alcón, empezando a dar pedales desde el mismo hotelillo donde nos habíamos alojado la tarde anterior. Desde ahí hasta un poquito después del Camping La Bolera rodamos por la A-326. Ahora ya puedo decir que empecé un poco asustado, porque en las rampas que hay a la salida del pueblo ya me pegué un calentón considerable. “Joder, no puede ser que esté tan mal de forma!” Por una vez acerté y resultó que llevaba frenada la rueda delantera.




Nada más pasar el camping, como comento, abandonamos el asfalto y encontramos una pista de piso perfecto a la izquierda. Por el rodar tranquilo de ella nos dimos cuenta de la siguiente jaimitada: mi dispositivo no había grabado correctamente la “Cazorla Circular” que nos servía de referencia: un hurra por el más listo de la clase!, jajaj. [Moraleja: Sed todo lo escrupulosos y metódicos que podáis con el GPS. A fin de cuentas, si no disponéis de otros medios alternativos, es el trasto que os va a guiar en vuestra aventura: merece la pena perder un rato y aseguraros de que todo funciona perfectamente]. Afortunadamente, el de Jordi parecía funcionar sin problemas.


La pista, que en un principio parecía plana, se fue tornando ondulada hasta llegar al Embalse de la Bolera. Aquí mismo el paisaje ya nos ofrecía estampas chulísimas. La pista, definitivamente, se fue convirtiendo en un sendero bastante divertido, que discurría a la vera del embalse, ora entre carrascas, ora surcando un pequeño prado, o incluso entre escalones de piedra que, en un par de ocasiones nos obligaron a poner un pie a tierra. Fueron sólo 200 metros. A partir de ahí, el sendero se ensanchó un pelín, y aunque con piedra y raíces, ciclabe, comenzamos un ascenso de casi 4 km. Coronamos en el km. 20,5 a 1284 msnm y nos hicimos las primeras fotillos con el cañón del río Guadalentín al fondo. Después de un descenso en el que encontramos un poco de barro, llegamos por fin al río en el que decidimos hacer un almuerzo – comida. Habíamos completado algo más de un tercio de etapa.






   
Nada más cruzar el río, la ruta tiene dos variantes: de frente, o a la derecha, por un camino que discurrirá paralelo al río. Nosotros decidimos coger el camino paralelo al río porque, aunque era un pelín más largo, entendíamos que, si aprovechaba el lecho del río, la subida sería más tendida. La lógica no era mala. En verdad, era la hostia… sólo que no miramos en mapa con detenimiento, jajaj. Los primeros 3,5 km. sí fuimos a la vera del río –donde, por cierto, divisamos un zorro– en  un camino fresco, umbrío y divertido, porque parecía una montaña rusa, aunque siempre picando hacia arriba. Sin embargo, el camino abandona en ese punto el lecho del río y tiene unas rampacas que, si no recuerdo mal, llegan el algún momento al 14%. Fueron solamente 2 km., pero el tema ya nos puso las piernecicas a temblar y un pequeño amarillo a Jordi (no llevaba chuletón del bueno). Afortunadamente, al poco de enlazar con el camino, a la izquierda, había una fuente de agua fresquita. Rozábamos ya los 1500 msnm; habíamos superado lo más duro.

Las rampas de los dos kilómetros malditos


El camino, sin embargo, siguió picando hacia arriba, pero de manera ya mucho más liviana. A diferencia de los dos km. malditos, además, el firme volvía a ser excelente, sólo atravesado por orugas que desfilaban en fila india unidas entre sí. Las vistas las seguíamos teniendo a nuestra derecha. Aunque ya no podíamos divisar el río por la gran vegetación, el valle que se abría era la hostia y, tras él, las montañas del Parque Natural de Sierra Castril.

    
En el km. 42,7 encontramos a nuestro paso una puerta que indicaba que te adentrabas en un terreno donde se pueden encontrar reses bravas. En esa zona ya existe muy poca vegetación, se trata de algo así como una dehesa en altura y, efectivamente, en seguida aparecieron toros y vacas a nuestro paso. El camino era ondulado, pero siempre ligeramente hacia arriba. Yo creo que a partir del km. 50, cuando, además, se levantó cierto aire en contra, empezamos a notarnos ya cansados. En algún momento paramos a volver a comer algo más, pero más que un problema de combustible, la cosa comenzaba a ser un problema de motor. Finalmente, en el 54,1 llegamos al techo de la etapa, a 1774 msnm. Al hacernos las fotos, nos dimos cuenta de que Jordi había perdido las zapatillas, que amarraba al portaequipajes con unos pulpos. Debo reconocer que no puse mucho empeño en volver por ellas, jajja. Jordi estuvo un rato cavilando, mirando las fotos para averiguar cuánto llevaba rodando sin ellas, deduciendo finalmente que podía ser desde la puerta que os he comentado. Finalmente, decidimos que esos 22 km. extra (11 de ida y 11 de vuelta; podían ser menos, de acuerdo; pero también podía ser que no las viéramos) eran demasiados para lo hora del día que era y el estado de nuestras piernecicas. Adiós, queridas zapas!



  
A partir de aquí las cosas sí fueron ya muy fáciles, bajamos por el camino que aprovecha el Barranco Cañada de la Cruz al nacimiento del Segura en un periquete y, después de la foto obligada, pegaditos al río, primero por un camino y después por una sendita que nos llevó a Pontón Alto, donde no tardamos en encontrar la casa de Vicenta.

Vistas desde la ventana de la casa rural que regentaba Vicenta

Etapa 2. Pontón Alto – Hospedería “Morciguillinas” (Cortijos Nuevos)
45.5 km. 400 metros de desnivel positivo.

Poco narrable de esta segunda etapa, la segunda más suave de la travesía a mucha distancia de las dos etapas reinas. Quisiera hacer mención a lo bien que nos trató la dueña de la casa en Pontón Alto, Vicenta. Por el precio acordado se suponía que sólo entraba la estancia, pero la señora se ofreció a hacernos “alguna cosita para desayunar” –ofrecimiento que, como buenos malilleros que somos, no se nos ocurrió declinar–. Pues bien, la “cosita para desayunar” acabó siendo un pedazo de desayunaco que no se lo salta un torero.

Con las fuerzas repuestas por completo, pues, comenzamos la ruta. Nada más bajar a Pontones por la carretera, tomamos un caminito con buen firme a la vera del Segura. Al principio consistía en una vega salpicada de chopos y abedules. Tuvimos que vadear el río en alguna ocasión. Jordi, que es claramente un tipo más inteligente que yo, ya había aprendido del primer día, cuando tuvimos que cruzar el Guadalentín y nos mojamos las zapatillas a base de bien; así que, en cada ocasión, se descalzaba las zapas de la bici y se ponía unas chanclas. En mí caso, pensaba que esa sí iba a ser la vez que no me mojara… Y no acerté nunca, claro. Al poco, el Segura se despidió de nosotros hacia el Este y nosotros seguimos paralelos al Arroyo Masegoso, aunque, enseguida los caminos comenzaron a desdibujarse hasta que rodamos totalmente campo a través. A pesar de que el GPS nos indicaba que llevábamos el camino correcto, tuvieron que ser unos ciclistas (los primeros que nos cruzábamos en toda la travesía) los que nos confirmaran el camino, que era malo de pelotas, y más que hubo que echarle para hacerlo montado en la burra, porque las rampas eran durísimas. Arriba, al coronar, a casi 1500 msnm., olía a hongo que te morías y Jordi encontró algunos y me dio una pequeña clase magistral. No sin antes confundirnos de camino, llegamos finalmente a la carretera, que discurrió algo más de 10 km. (del 10 al 20) siempre al borde de los 1500 msnm y ofreciendo a nuestra izquierda todo el imponente valle donde se halla en Embalse del Tranco. Flipante.



En el km. 20 comenzaría el descenso hasta Hornos, pueblecito muy, muy cercano al embalse. 15 kilómetros de descenso por una carreterita de 4 metros de ancho. Por mi parte, debo decir que, a diferencia de otros componentes de este blog, si este tipo de carreteritas no tienen tráfico, las disfruto mucho.


El sol apretaba de lo lindo, al igual que en toda la jornada anterior, y decidimos, después de las fotos de rigor en los miradores de Hornos, pimplarnos unas birras debajo de alguna sombrilla de bar. La cosa acabó con alguna más de la cuenta, unas patatas allioli y ciervo asado con ajos. Para cuando habíamos dado cuenta de todo, nuestra boca y el tracto digestivo en general tenía más temperatura que la zona 0 de Fukushima. Aún así, decidimos continuar hasta Cortijos Nuevos para, desde allí, dirigirnos a Morciguillinas, el destino final de la etapa. El trayecto era íntegro por carretera y la verdad es que al montar a la burra, el calor que despedía el asfalto fue como un hostión de realidad. Los 4 últimos kilómetros, desde la orilla del embalse hasta el hospedaje, que siempre picaban hacia arriba, se nos atravesaron hasta el punto de parar a la sombra a volver a echar un vistazo a los mapas, por si estábamos haciendo algo mal.

El día de relax, pues, estuvo a punto de complicarse; pero, finalmente, llegamos al destino temprano, donde dimos cuenta por primera vez de las especialidades culinarias de la zona.


Etapa 3. Hospedería Morciguillinas – Camping Llanos de Arance
46 km. 300 metros de desnivel positivo.

En la misma tónica que el día anterior, nos marcamos otra etapita tranquila. Los kilómetros, como bien se decía en un programa de MTB de la extinta C9, son para disfrutarlos y no para quemarlos. Los muy pro pueden juntar esta estapa y la anterior, y obtendrán así una etapa de algo más de 90 km., con más de 700 metros de desnivel positivo. Perfecto; pero a nosotros, como digo, no nos interesaba esa proeza ni quitarle a nuestras vacaciones un día de bici. 

Cierto es que, por esto mismo que comento, a nivel de ciclismo de montaña y de aventura hay poco que contar. Bajamos plácidamente al embalse –7 km. de suave descenso– y, desde ahí, no nos fue difícil encontrar el caminito que iba pegadito a la orilla oriental del mismo. El día había amanecido más guarrote que los dos anteriores y también más fresco, así que se descartaba el baño en el embalse, pero, por otro lado, agradecíamos el cambio de climatología.



Hay que decir que el camino nos deparó alguna sorpresa, ya que, producto seguramente de las lluvias, el terreno había cedido en algunos sitios y nos tocó más de una vez, poner pie a tierra y/o sortear algunos obstáculos con toda la pericia que pudimos. La bici de Jordi estuvo por un momento a punto de acabar en el Pantano, jaja. Después de almorzar, lo que hicimos pronto, el camino se hizo más ancho y muy divertido, con un montón de vegetación enrededor, atravesado por multitud  de riachuelos y arroyos que desembocaban al embalse. El único pero que le poníamos a la ruta en ese momento era los pocos animales en libertad que habíamos avistado, y eso a pesar de que a partir del km. 30, más o menos, el camino que llevábamos estaba señalizado como “de Félix Rodríguez de la Fuente”.






Acabado el embalse el camino siguió pararelo al Guadalquivir, con un par de repechotes que acababan en un mirador precioso. Después bajamos sin más problemas al Camping Llanos de Arce, kilómetro y medio antes de Coto – Ríos. En verdad, teníamos apalabrado un alojamiento en un hotelito situado tras esa localidad, pero las condiciones (poco menos que dormir haciendo la cucharita en una camuja estrechuca) no nos acababan de seducir. Lo cierto es que, aunque un pelín más caro, acertamos de pleno con la decisión de quedarnos en el camping. Primero, porque nos dimos un pedazo de homenaje en forma de barbacoa; y segundo, porque nos dio tiempo a descansar perfectamente y preparar el etapón del día siguiente.


Etapa 4. Camping Llanos de Arance – Pozo Alcón
64 km. 1300 metros de desnivel positivo

Comenzamos a rodar a las 8,30 horas. Temprano, en comparación con el resto de etapas. La tarde anterior habíamos consultado varias apps meteorológicas y todas vaticinaban lluvia a partir de las 17 horas. La idea de que nos pillara una posible tormenta en la montaña no nos molaba nada, así que apretamos, en la medida de lo que pudimos, el culo.

Dejamos el camping y cogimos la A-319, una carreterita de buen firme y casi plana, para abandonarla en el km. 6,3 a la izquierda y coger otra carreterita que nos condujera a la central eléctrica del río Borosa. Un poco más adelante, en el km. 11, todavía por asfalto, al ir a cargar agua en una fuente, reparé en que tenía varias llamadas perdidas de teléfonos de la zona. Et voilà: nueva jaimitada! Me había llevado las llaves del bungalow donde nos habíamos alojado. Afortunadamente, la chica del camping no tuvo problemas en que le dejáramos las llaves en un merendero situado sólo a un par de km. antes de donde nos encontrábamos. Si la llave la recuperaron o no, es cosa que nunca sabremos, ya que el merendero se encontraba cerrado y acabamos tirando la llave por un huequito que había en una de las puertas sin saber donde caían ni, por supuesto, plantearnos dar más explicaciones a nadie, jajaj.

Volvimos a la carreterita que, al poco, se convirtió en el camino acojonante, por lo bello, me refiero, siempre junto al Borosa. El día estaba cubierto, pero no parecía amenazar lluvia. Desde la fuente donde cargamos agua, la carretera primero, y en seguida el camino, siempre picaban hacia arriba. Fueron unos 8 kilómetros de ascensión (del 11 al 19) que no se nos hicieron duros, porque estábamos alucinados con el paisaje. Poco antes de llegar a la central eléctrica divisamos unas cabras montesas encaramadas en una peña. En ese estado
de flipe absoluto llegamos a la centralita eléctrica. Enseguida nos dimos cuenta de que había llegado el tramo complicado: el camino, por sus rampas, piedra suelta, etc, era apto sólo para el trekking. En verdad, los chicos de la “Cazorla Circular” ya nos habían advertido de esto en wikiloc, donde apostillaban que merecía del todo la pena por la belleza del paraje y porque se trataba apenas de media hora de “empujing”. Cierto es que el paraje era increíble. El valle del río se había convertido en una auténtica garganta en la que aparecían ante nosotros un salto de agua tras otro, a cual más espectacular. Hicimos un montón de fotos. Pero es cierto, que cuando llevábamos ya una hora en el cañón, con el cielo cada vez más encapotado y con nuestras fuerzas cada vez más mermadas, nuestro sentimiento de gozo fue tornándose por completo en preocupación.

Sufriendo en la "media hora de empujing"






Dos horas y casi media estuvimos nosotros empujando la bici. Para hablar bien, en ocasiones ni siquiera se podía hablar de “empujing”: podía ser “arrastring”, “on the shouldering”, o cualquier otra puta modalidad extenuante que se os ocurra que acabe en –ing. En este punto, me gustaría hacer una reflexión: para los que empecéis en esto o tengáis un nivel menor, como es nuestro caso, una conducta prudente consiste en pensar siempre que vosotros tardaréis más tiempo en completar el recorrido que el autor que ha colgado la ruta en Internet o ha editado el libro. En nuestra primera ruta de alforjas, recuerdo que conseguimos una ruta de un tipo ya de cierta edad y pensamos: “joder, si el abuelete este ha hecho la ruta completa en 6 días… nosotros en 4” ¡ERROR! Cinco días después, nos volvíamos con la ruta incompleta, cierta sensación de frustración y, en mi caso, una tendinitis en la rodilla derecha. Es muy bueno ser realista con la condición física de uno y programar la ruta en base a ello. Si sois varias personas, siempre acorde con el que peor condición física tenga. Recordad: se trata de disfrutar. O, vale, de “disfrutar sufriendo”, pero siempre dentro de unos límites. Dicho esto, no es menos cierto que también sería conveniente que la gente fuera honesta en la descripción de su aventura. Según los datos de mi GPS, debieron ser entre 2,2 y 2,4 km. de penar con la bici. Si los chicos de la “Cazorla Circular” consiguieron hacer ese tramo en media hora, eso significa que anduvieron a casi 5 km/h; es decir, como si no hubiera desnivel, rocas, ni una bici que transportar con un peso total de unos 25 kg.

Sea como fuere, ahí estábamos nosotros, a la 13:30 todavía en el puto cañón. Un bello lugar para morir, sin duda, pero deseábamos que fuera dentro de muucho tiempo. No había posibilidad de retroceder ya, de sacar la bandera blanca, como dice el Aba, e inventarnos una ruta alternativa; de manera que con paciencia, apretando los dientes y con los riñones aullando de dolor, llegamos a la misma ceja del cañón, donde ya sólo existía una mole de granito. A la derecha había un canal de agua perforado en el granito sobre el que se abría un angosto pasillito y a la derecha un estrechísimo sendero sobre algo de gravilla. Rebobinando la película, interpreto que debimos llegar con muy poca glucosa en la sangre, u oxígeno en el cerebro, o lo que sea, porque la imprudencia que cometimos –que luego la comentamos entre risas con unas cervezas y que a continuación comentaré también– pudo haber acabado realmente mal. A pesar de que nos jalamos una barrita energética de un solo bocao, no sé cómo cojones interpretamos en el GPS que el camino a seguir no era el pasillo excavado en la roca, sino la ínfima gravilla de la izquierda. En seguida, la bici se me fue dos metros abajo y, cuando quise recuperarla, me di cuenta de que mi postura era tan incómoda que no podía hacer fuerza con las piernas y que, cualquier
paso en falso, nunca mejor dicho, acabaría con la Trazacleta y un servidor 50 metros más
abajo, en alguna de las pozas que habíamos fotografiado. Algo de oxígeno debió llegar a nuestros cerebros para decidirnos a hacer la maniobra en equipo; es decir, dejé mi bicicleta, crucé el tramo más complicado liberado de la burra y, desde allí, ayudé a poner a salvo la bici de Jordi, que también estaba en situación crítica. Posteriormente, obramos de la misma forma con la mía y, cuando todos estábamos a salvo, volvimos a echar un ojo al GPS y recapacitar: joder, la cosa no podía ser tan extrema.

Efectivamente, el camino correcto era el túnel. Volvimos hacia allá con precaución, donde unos excursionistas nos comentaron la sensación que habían tenido mientras observaban nuestras peripecias: que estábamos mal de la cabeza y que nos íbamos a despeñar. Aunque ya estábamos a salvo, nuestras aventurillas no habían terminado. El pasillo junto al canal excavado en la roca era, como he comentado, bastante estrecho, hasta tal punto de que no cabía la bici con las alforjas. En mi caso decidí dejar las alforjas al inicio del túnel, pasar la bici y volver luego a recogerlas (cosa que, finalmente, no hizo falta porque unos amables senderistas que llegaron en ese momento se ofrecieron a porteármelas), Jordi decidió forzar un poco el material y entrar de una, arañando el material por las paredes del túnel. Aún hubo otro túnel más angosto si cabe que el primero, aunque también más corto, que me obligó a subirme a las paredes del canal (bici y servidor éramos demasiado anchos) y acabar, no sé como, calado otra vez hasta los huesos. Por fin, alcanzamos el Embalse de los Órganos, a 1240 msnm, bastante cansados y en mi caso, más mojao que el hueso de una aceituna, pero el cielo negro aguantaba, el camino volvía a ser ciclable y el riesgo de despeñarse se había esfumado, ¿qué más se podía pedir? Al poco alcanzamos la Laguna Valdeazores y, apenas un kilómetro después, decidimos parar a reparar fuerzas con un hermoso bocata de fiambre de la carnicería de Coto-Ríos. La lluvia no iba a tardar en aparecer, pero con el estómago lleno y lo peor salvado, las cosas se ven de otra manera. Protegimos las alforjas debidamente y continuamos, siempre para arriba. 4 km. después coronamos, a 1568 msnm. La lluvia era fina, pero constante.

Al poco de iniciar el descenso, vimos el camino a la izquierda que bajaba al Guadalentín, la variante que habíamos tomado el primer día. Esta vez continuamos de frente y acertamos, porque los esperados ciervos, esquivos durante toda la ruta, aparecieron todos juntos, primero, un buen grupo de ellos en un claro, como si no les importase mojarse, luego, unos cuantos aquí y allá, en la ladera de la montaña, donde alguno, incluso, se cruzó a mi paso en el descenso, con la consiguiente acojonada. Personalmente, se me hicieron largos los 10 km. de descenso hasta que llegamos al Guadalentín. Algo encendidos –ya no estaba la tarde para tonterías– acometimos los últimos 3 km. de ligera subida y, a continuación, la bajada por aquella subida que os comenté de piedras y raíces. Resultó una bajada técnica bajo una lluvia ya importante. A mitad de la misma, oí un grito de Jordi a mi espalda ¿Todo bien? Sí, sólo que había perdido una alforja. Sin darme tiempo a decir Pamplona, Jordi dejó la burra y emprendió la subida a pie en busca de sus pertenencias. Yo me quedé allí esperando, bajo la lluvia, medio aterido ya por el frío, pensando la suerte que teníamos de estar ya sólo a unos 15 km. de nuestro destino. 15 minutos después, allí estaba Jordi con su alforja (a pesar de todo, tuvimos suerte), improvisamos un apaño a base de bridas y pulpos y acometimos la última parte con más voluntad que fuerzas y sin más novedad. Habíamos completado la aventurilla.

Jordi, tras recuperar la alforja

Por fin los ciervos


No hay comentarios:

Publicar un comentario