INTRODUCCIÓN
En esta publicación os resumiremos la pequeña escapada que hicimos en Septiembre del loco 2020 por la zona de Las Majadas y La Sierra de Tragacete; es decir, el tuétano de la Serranía de Cuenca. Los que ya nos hayáis leído en Dónde nacen los ríos o Universal Mounts Tour podréis pensar legítimamente que nos repetimos más que la oreja a la plancha y los zarajos y que qué demonios tienen estas montañas que tanto nos atraen. En nuestra defensa puedo esgrimir varios argumentos: 1º) La provincia de Cuenca, con alrededor de 250 millones de árboles, se encuentra claramente en el grupo de las más boscosas del país; 2º) Sumado a su escasa densidad de población, hace que uno pueda realizar rutas "con mucho bosque y poca civilización" -con lo que ello tiene de aventurilla- sin tener que meterse en altitudes demasiado exigentes; 3º) Está muy cerca de nuestras residencias, factor fundamental cuando uno va teniendo más responsabilidades; y 4º) A ver, troncxs, que esto se llama "cuval bikers"; es decir, bikers de Cuenca y Valencia: lo raro sería ver aquí una crónica de una travesía por La Patagonia.
Las circunstancias personales de cada uno en este año tan raro, hicieron que, después de muchas dudas, en esta ocasión, el equipo expedicionario fuera compuesto por el Toro y yo mismo. Con la segunda oleada de pandemia llamando a la puerta, quisimos hacer de las "medidas Covid" virtud y optamos por cargar en las alforjas nuestros viejos aperos de acampada y camping gas, permitiéndonos estar todo el día al aire libre. Eso nos ofrecía otra ventaja adicional: al poder pernoctar casi donde quisiéramos, podíamos modificar las etapas a nuestra conveniencia (esta circunstancia, como veremos, resultaría fundamental). Como contrapartida, la de siempre: más peso para unos bultos que, en nuestro caso, colocamos exclusivamente en la parte trasera.
El dibujo original de la travesía, que esta vez realicé con la aplicación de Komoot, estaba pensado para un fin de semana largo: tres días completos, siendo los dos primeros días bastante más exigentes que el último. Es decir, en mi cabeza pensé que el viernes podríamos comenzar a rodar a una hora temprana y cubrir sin problema el recorrido, el sábado (etapa reina) tendríamos todo el día, y una etapa más suave el domingo, para que pudiera incluir baño y/o comilona, y regreso sin prisas. La cosa, sin embargo empezó a torcerse pronto, puesto que el viernes por la mañana tuve que atender molestos menesteres ajenos a la travesía que hicieron que no llegáramos a Cañamares, el punto de partida de la travesía, hasta las 16 horas. Y, aunque desatar las bicis del remolque y colocarles las alforjas fue un suspiro, aún nos aguardaba otra sorpresa: me había dejado el GPS, con los tracks guardados, en Valencia. Naturalmente, aún disponíamos en los teléfonos de las aplicación de Komoot (en mi caso) y de IGN (en el caso de Toro), además de los mapas cartográficos en papel, así que no nos dejamos llevar por el desánimo. Sin embargo, pronto me daría cuenta que la aplicación Komoot, siendo excelente para "dibujar" rutas, es un dolor de muelas para navegar por ellas: dispone de una voz, como el Tomtom o Google maps, que te indica por donde tirar, pero ésta o bien te mortifica hablándote todo el tiempo o bien se olvida de ti incluso cuando coges el camino equivocado. Por otro lado, no es capaz de navegar sin cobertura de internet y, para más inri, no puedes dejar la aplicación en un segundo plano del móvil para, por ejemplo, hacer fotos. Un asquete, vaya.
Por todo ello, en lo referente a los tracks, lo que haré en esta ocasión en cada etapa será ofreceros la "etapa pintada" y la "etapa real"; es decir, en primer lugar, lo que pinté en la comodidad de mi casa y, en segundo lugar, el trazado que finalmente realizamos. Naturalmente, en el segundo caso, no se trata del track guardado -pues, en vista de lo incómodo que resultaba navegar, decidí prescindir finalmente de la aplicación-, sino del trayecto, llamémosle, "limpio" (sin errores en los cruces de caminos) que hicimos. Por lo que luego contaré, creo que lo agradeceréis.
RECORRIDO
ETAPA 1. CAÑAMARES - ALGÚN PUNTO EN EL PARAJE CONOCIDO COMO PINO ALTO
Como os adelantaba en la introducción, el viernes comenzamos a rodar a las 16 h, mucho más tarde de lo previsto. Aún así, el optimismo del que tiene las piernas inmaculadas nos hacía pensar que aún podríamos cubrir el recorrido planificado o, al menos, la gran mayoría del mismo: llegar hasta unos prados que se extienden a la izquierda nada más se coge la Carretera de Valquemado (es decir, cubrir unos 45 kms de los 52 que tenía la etapa).
Estos túneles se llaman La Puerta del Infierno. No estaba del todo mal traído, en nuestro caso |
Iniciamos la andadura, no obstante lo dicho, con cierta calma, sabiendo que al llegar a Fuertescusa tendríamos una zona muy exigente. Efectivamente, los 8 primeros kms de la ruta, remontando el cauce del Río Escabas por una carretera bellísima, resultaron apenas un suave calentamiento. Dejamos la carretera para, por las calles del pueblo, enlazar con un camino de tierra que nos conduciría hasta el Merendero El Bronchero, pero, por supuesto, la primera en la frente: después de subir un repechón de 200 m, nos dimos cuenta que no llevábamos la dirección correcta. Corregimos el error y alcanzamos el merendero, para luego continuar por lo que en los mapas cartográficos marcaba como el Camino de Fuertescusa a Santa María del Val. A partir de aquí empezaba la gran dificultad montañosa de la jornada: unos 3 kms al 8% de desnivel medio, con picos del 14%. El calor que todavía hacía y lo exigente de la subida hizo que se nos pusieran las pulsaciones a tope y la boca como una lija, aunque las vistas sobre el valle bien merecieran el esfuerzo.
Contrariamente a lo habitual, una vez superada la ascensión, continuaron los problemas, puesto que la montaña, en esta parte, es un auténtico dédalo de caminos, caminetes y sendas, y no siempre era fácil, ni mucho menos, saber continuar por el Camino de Fuertescusa a Santa María del Val. Hubo varias equivocaciones: caminos que de repente se convertían en sendas; sendas que se diluían en la vegetación; la voz del Komoot mareando; repechones casi campo a través; bancales de arena donde se hundían nuestras pesadas ruedas traseras, etc. Sólo después de mucho rectificar, maldecir el imperdonable olvido del GPS y mi mala cabeza, y comprobar una y otra vez nuestros mapas, pudimos al fin reengancharnos al camino correcto y superar todavía dos largas cuestas más que nos situarían en la franja de los 1300 msnm, en una especie de meseta por la que discurre la Cañada Real de la Sierra.
Transcurridos unos 6 km por ese altiplano, en el 25 de nuestra ruta, el camino ya se puso en franca bajada y en un collado pudimos divisar Santa María del Val. Bajamos sin más dilación que la foto de rigor y, ya en el pueblo, merendamos rápidamente y recargamos agua. Eran ya las 19 horas horas y nos había cundido realmente poco.
Santa María del Val, bañada por el Cuervo |
Tras la merienda, tomamos casi 5 kms de carretera (CUV-9031) en dirección Poyatos, afrontando la segunda dificultad montañosa del día: 4,4 kms prácticamente al 5%. Sea porque rodábamos por la sombra, que era ya total a esas horas, sea por el asfalto o porque el cuerpo ya se había acostumbrado a los esfuerzos, me resultó bastante menos exigente que los rampones tras Fuertescusa. En una ligera curva a izquierdas, empero, en el km 33,1 de nuestra ruta, abandonamos el alquitranado elemento y, con él, mis supuestas buenas sensaciones para enganchar un camino que nos llevaría al Camino de las Vaquerizas. La pista nos recibió con un muro de 300 metros al 10% y un firme roto y con regatas. Toro porfió un poco más que el que escribe, pero ambos tuvimos que ganar aquella cuesta empujando nuestras burras en pleno ocaso.
Una vez arriba, en una zona conocida como Pino Alto, se transita por un terreno ligeramente ondulado con un paisaje típico de bosque mediterráneo con numerosos calveros; es decir, un buen sitio para plantar nuestras tiendas de campaña y descargar nuestros pertrechos, a pesar de que sólo habíamos recorrido 34 kilómetros; así que decidimos no apurar más los escasos minutos de luz que nos quedaban. Recuerdo que, mientras clavábamos las piquetas de nuestras tiendas, hacíamos balance del día y, la verdad, la situación arrojaba más dudas que certezas: nos habíamos quedado a 18 kms de lo que habíamos diseñado y habíamos penado bastante, a pesar de lo corto del recorrido. El viejo adagio nunca falla: ¡¡Qué duro es este deporte, Pedro!!
Algún punto en el paraje conocido como Pino Alto |
ETAPA 2. ALGÚN PUNTO EN EL PARAJE CONOCIDO COMO PINO ALTO - INMEDIACIONES DEL REFUGIO LA ALCONERA
Arrancamos la segunda jornada con luces y sombras. Por un lado, ambos teníamos la sensación de haber descansado bastante bien, dadas las circunstancias; por otro, las reservas de agua que teníamos estaban bajo mínimos. Lo ideal para estos casos de pernocta es hacerlo junto a una fuente, para poder beber en abundancia (importante cuando una realiza estos esfuerzos) y preparar la comida, generalmente deshidratada o liofilizada, que es más ligera de transportar. La siguiente población -y por tanto, sitio seguro de abastecimiento de agua- al paso por nuestra ruta era Las Majadas, pero ésta distaba todavía 36 kms y estaba antecedida por un señor puertaco. La jornada anterior ya nos había llamado la atención lo seco que habíamos encontrado el monte y las fuentes agostadas o directamente inexistentes, a pesar de las indicaciones de los mapas cartográficos del Toro. Para nuestra tranquilidad, no obstante, en el peor de los casos siempre podríamos desviarnos mínimamente hasta la zona recreativa de Los Lagunillos (a unos 22 kms del inicio de la etapa, justo antes de afrontar el puerto mencionado), donde era seguro que había una fuente, y, si incluso ahí no encontrábamos el preciado líquido, obtenerlo directamente del río Escabas y darle el tratamiento de las pastillas potabilizadoras que llevábamos. (Mientras hacíamos estas elucubraciones, no podía dejar de acordarme de mí mismo, 48 horas antes en casa, con el blíster de pastillas potabilizadoras en la mano, preguntándome si no estaba siendo demasiado exagerado).
Comenzamos, pues, con una buena dosis de confianza que se vio efímeramente empañada por algún error en las intersecciones de caminos. Afortunadamente, aquella zona no era el laberinto de los montes de Fuertescusa de la primera jornada y, rápidamente deshicimos el entuerto y tomamos el Camino de las Vaquerizas. Eso sí: ni la Fuente de los Arenales ni la Fuente de la Peguera tenían una gota de agua y, de hecho, al llegar a la altura de la segunda, y aunque habíamos ganado ya la franja de los 1500 msnm, el panorama era algo desolador, puesto atravesamos un auténtico páramo, producto, sin duda, de un reciente incendio que todavía dejaba su impronta.
Poco tiempo después, para nuestro alivio, el camino se tornó ligeramente favorable y nos adentró en una veguilla que nos conduciría, de nuevo entre vegetación, al Refugio de las Vaquerizas. Este refugio es, actualmente, de titularidad privada, (como bien se explica en el magnífico blog Magia Serrana, sitio donde podréis encontrar información muy útil sobre la zona), así que estuvimos un rato investigando si la llamada Fuente de las Vaquerizas se encontraba dentro o no del recinto vallado donde se ubicaba el refugio, llegando a la conclusión de que debía estar dentro. Nuestros áridos gaznates nos tentaron a allanar la propiedad privada en busca del objeto de nuestro deseo, pero desistimos, finalmente, convencidos de que no podía quedar tanto hasta encontrar un punto de abastecimiento que no nos pusiera en esas tesituras.
Apenas 1300 m después del refugio salimos a la Carretera de Valquemado, que tomamos en dirección Poyatos. La carretera no desciende inmediatamente buscando el río Escabas sino que, de hecho, tiene unos 1200 metros en ligera subida hasta volver prácticamente a los 1450 msnm. Una vez aquí, por fin, comenzamos el descenso de casi 6 kms al -6% en un excelente firme. Una bajada bonita y sin peligro, dado que a pesar de la estrechura de la calzada, ésta tiene buena visibilidad y el tráfico es muy escaso. Tras cruzarnos, primero con un ciervo y después con el que estábamos convencidos de que era José Herrada, el corredor profesional del Cofidis, en una revuelta apareció, no obstante, la mayor de nuestras alegrías: la Fuente del Barranco del Lobo (km 17 de nuestro ruta). Allí estuvimos un rato, bebiendo en abundancia, recargando nuestros bidones y mochilas de hidratación, y haciendo un pequeño almuerzo a base de frutos secos y barritas. Las cosas empezaban a enderezarse: si el puerto se nos daba bien, podíamos estar en torno a las 13 horas en Las Majadas, recuperando así parte de lo perdido en la jornada anterior.
Fuente del Barranco del Lobo. Amplias sonrisas ya |
Reemprendimos el descenso y, una vez abajo, decidimos prescindir de la zona recreativa Los Lagunillos, teniendo ya nuestras reservas hídricas al máximo. A partir de aquí comenzaría la gran dificultad montañosa del día: algo más de 11 kms a algo menos del 3%. Vistos ahora los números, no parece algo demasiado exigente, pero servidor tenía grabado a fuego aquella subida desde Donde nacen los ríos, en la que sufrí como un perro (como un perro solitario). En esta ocasión, sin embargo, las cosas fueron bien distintas. Tras una primeras rampas, muy cortas, al 10 e incluso al 12%, el puerto se pone muy tendido y ahí logramos coger una marcheta no del todo asfixiante pero productiva que nos permitió coronar en Las Peñuelas en torno a las 13 horas y un rato después presentarnos ya en el restaurante en las Majadas. Tan prematuros fuimos que, a la llegada, todavía no estaban sirviendo el menú, así que decidimos estirar un poco nuestras piernas, llamar a la familia, tomarnos unas cuantas cervezas, socializar con los parroquianos del restaurante y, en definitiva, relajarnos. Había motivos para ello: después de 36 kms, habíamos recuperado terreno y superado nuestros problemas de abastecimiento de agua. Sin embargo, aún nos quedaban otros 49 kms si queríamos finalizar allí donde lo habíamos diseñado en un principio (en las inmediaciones de Vega del Codorno). Tocaba hacer un análisis realista de las fuerzas, el terreno y el tiempo disponible y, tras éste, convinimos en que pernoctar aquella noche en el Refugio Tragacete, a unos 39 kms de la localidad de donde nos encontrábamos, ya suponía una gesta más que notable.
Coronando en Las Peñuelas. Nada que ver con la anterior ocasión |
Valle del Arroyo Valduérguina |
Benditas bridas |
Y ahora, ¿qué? ¿cómo rediseñamos esto? |
Últimos rayos de luz para plantar la tienda en las inmediaciones del Refugio de La Alconera |
La mañana del último día de nuestra pequeña travesía resultó fresca, por no decir fría de cojones. A decir verdad, yo ya lo había notado en la tienda: aquella noche me costó conciliar el sueño dentro de un saco que no acababa de alcanzar una temperatura confortable. Desde luego, no se me olvida que ha llegado el momento de renovar saco. En el desayuno, no obstante, nos mostrábamos mucho más animados con respecto a la tarde anterior, fundamentalmente porque nuestro amigo de la gravel (que precisamente en esos momentos parecía poner fin a su calvario, puesto que ataba la bici al remolque de un 4x4 que había acudido hasta allí) nos había informado que todo el recorrido por caminos de tierra que habíamos rediseñado lo había realizado él -dado que forma parte del track 3 (Serranía de Cuenca) de la citada ruta de Montañas Vacías- y era igual de bueno que la pista del día anterior. "Este último tramo [que he hecho] no es, desde luego, de los peores", sentenció con un poso de amargura.
Repechos en busca del Colladillo Seco. Sierra Tragacete |
En el bosque, a solas con nuestro esfuerzo |
Haciendo el gili |
Y otra más sobria |
Superamos esta última dificultad montañosa en torno a las 12 horas (algo que no habíamos anticipado ni en la mejor de nuestras previsiones) debido, fundamentalmente, a que el apaño del porta había aguantado bien y no había hecho falta ajustarla en ningún momento, y a que por carretera, admitámoslo, se avanza muchísimo más fácil. Así las cosas, decidimos, en las postrimerías de nuestra travesía, retornar al hedonismo y devolverle a nuestros ya algo ajados cuerpecicos las recompensas prometidas: bañito en el Escabas, el río que había dominado casi toda la ruta, y comilona en Fuertescusa antes de reemprender la vuelta en coche con una sonrisa de oreja a oreja y la sensación de haber pasado 3 días cojonudos.
Misión cumplida |