INTRODUCCIÓN
En esta publicación os resumiremos la pequeña escapada que hicimos en Septiembre del loco 2020 por la zona de Las Majadas y La Sierra de Tragacete; es decir, el tuétano de la Serranía de Cuenca. Los que ya nos hayáis leído en Dónde nacen los ríos o Universal Mounts Tour podréis pensar legítimamente que nos repetimos más que la oreja a la plancha y los zarajos y que qué demonios tienen estas montañas que tanto nos atraen. En nuestra defensa puedo esgrimir varios argumentos: 1º) La provincia de Cuenca, con alrededor de 250 millones de árboles, se encuentra claramente en el grupo de las más boscosas del país; 2º) Sumado a su escasa densidad de población, hace que uno pueda realizar rutas "con mucho bosque y poca civilización" -con lo que ello tiene de aventurilla- sin tener que meterse en altitudes demasiado exigentes; 3º) Está muy cerca de nuestras residencias, factor fundamental cuando uno va teniendo más responsabilidades; y 4º) A ver, troncxs, que esto se llama "cuval bikers"; es decir, bikers de Cuenca y Valencia: lo raro sería ver aquí una crónica de una travesía por La Patagonia.
Las circunstancias personales de cada uno en este año tan raro, hicieron que, después de muchas dudas, en esta ocasión, el equipo expedicionario fuera compuesto por el Toro y yo mismo. Con la segunda oleada de pandemia llamando a la puerta, quisimos hacer de las "medidas Covid" virtud y optamos por cargar en las alforjas nuestros viejos aperos de acampada y camping gas, permitiéndonos estar todo el día al aire libre. Eso nos ofrecía otra ventaja adicional: al poder pernoctar casi donde quisiéramos, podíamos modificar las etapas a nuestra conveniencia (esta circunstancia, como veremos, resultaría fundamental). Como contrapartida, la de siempre: más peso para unos bultos que, en nuestro caso, colocamos exclusivamente en la parte trasera.
El dibujo original de la travesía, que esta vez realicé con la aplicación de Komoot, estaba pensado para un fin de semana largo: tres días completos, siendo los dos primeros días bastante más exigentes que el último. Es decir, en mi cabeza pensé que el viernes podríamos comenzar a rodar a una hora temprana y cubrir sin problema el recorrido, el sábado (etapa reina) tendríamos todo el día, y una etapa más suave el domingo, para que pudiera incluir baño y/o comilona, y regreso sin prisas. La cosa, sin embargo empezó a torcerse pronto, puesto que el viernes por la mañana tuve que atender molestos menesteres ajenos a la travesía que hicieron que no llegáramos a Cañamares, el punto de partida de la travesía, hasta las 16 horas. Y, aunque desatar las bicis del remolque y colocarles las alforjas fue un suspiro, aún nos aguardaba otra sorpresa: me había dejado el GPS, con los tracks guardados, en Valencia. Naturalmente, aún disponíamos en los teléfonos de las aplicación de Komoot (en mi caso) y de IGN (en el caso de Toro), además de los mapas cartográficos en papel, así que no nos dejamos llevar por el desánimo. Sin embargo, pronto me daría cuenta que la aplicación Komoot, siendo excelente para "dibujar" rutas, es un dolor de muelas para navegar por ellas: dispone de una voz, como el Tomtom o Google maps, que te indica por donde tirar, pero ésta o bien te mortifica hablándote todo el tiempo o bien se olvida de ti incluso cuando coges el camino equivocado. Por otro lado, no es capaz de navegar sin cobertura de internet y, para más inri, no puedes dejar la aplicación en un segundo plano del móvil para, por ejemplo, hacer fotos. Un asquete, vaya.
Por todo ello, en lo referente a los tracks, lo que haré en esta ocasión en cada etapa será ofreceros la "etapa pintada" y la "etapa real"; es decir, en primer lugar, lo que pinté en la comodidad de mi casa y, en segundo lugar, el trazado que finalmente realizamos. Naturalmente, en el segundo caso, no se trata del track guardado -pues, en vista de lo incómodo que resultaba navegar, decidí prescindir finalmente de la aplicación-, sino del trayecto, llamémosle, "limpio" (sin errores en los cruces de caminos) que hicimos. Por lo que luego contaré, creo que lo agradeceréis.
RECORRIDO
ETAPA 1. CAÑAMARES - ALGÚN PUNTO EN EL PARAJE CONOCIDO COMO PINO ALTO
Etapa pintada
Etapa real
Como os adelantaba en la introducción, el viernes comenzamos a rodar a las 16 h, mucho más tarde de lo previsto. Aún así, el optimismo del que tiene las piernas inmaculadas nos hacía pensar que aún podríamos cubrir el recorrido planificado o, al menos, la gran mayoría del mismo: llegar hasta unos prados que se extienden a la izquierda nada más se coge la Carretera de Valquemado (es decir, cubrir unos 45 kms de los 52 que tenía la etapa).
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Estos túneles se llaman La Puerta del Infierno. No estaba del todo mal traído, en nuestro caso |
Iniciamos la andadura, no obstante lo dicho, con cierta calma, sabiendo que al llegar a Fuertescusa tendríamos una zona muy exigente. Efectivamente, los 8 primeros kms de la ruta, remontando el cauce del Río Escabas por una carretera bellísima, resultaron apenas un suave calentamiento. Dejamos la carretera para, por las calles del pueblo, enlazar con un camino de tierra que nos conduciría hasta el Merendero El Bronchero, pero, por supuesto, la primera en la frente: después de subir un repechón de 200 m, nos dimos cuenta que no llevábamos la dirección correcta. Corregimos el error y alcanzamos el merendero, para luego continuar por lo que en los mapas cartográficos marcaba como el Camino de Fuertescusa a Santa María del Val. A partir de aquí empezaba la gran dificultad montañosa de la jornada: unos 3 kms al 8% de desnivel medio, con picos del 14%. El calor que todavía hacía y lo exigente de la subida hizo que se nos pusieran las pulsaciones a tope y la boca como una lija, aunque las vistas sobre el valle bien merecieran el esfuerzo.
Contrariamente a lo habitual, una vez superada la ascensión, continuaron los problemas, puesto que la montaña, en esta parte, es un auténtico dédalo de caminos, caminetes y sendas, y no siempre era fácil, ni mucho menos, saber continuar por el Camino de Fuertescusa a Santa María del Val. Hubo varias equivocaciones: caminos que de repente se convertían en sendas; sendas que se diluían en la vegetación; la voz del Komoot mareando; repechones casi campo a través; bancales de arena donde se hundían nuestras pesadas ruedas traseras, etc. Sólo después de mucho rectificar, maldecir el imperdonable olvido del GPS y mi mala cabeza, y comprobar una y otra vez nuestros mapas, pudimos al fin reengancharnos al camino correcto y superar todavía dos largas cuestas más que nos situarían en la franja de los 1300 msnm, en una especie de meseta por la que discurre la Cañada Real de la Sierra.
Transcurridos unos 6 km por ese altiplano, en el 25 de nuestra ruta, el camino ya se puso en franca bajada y en un collado pudimos divisar Santa María del Val. Bajamos sin más dilación que la foto de rigor y, ya en el pueblo, merendamos rápidamente y recargamos agua. Eran ya las 19 horas horas y nos había cundido realmente poco.
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Santa María del Val, bañada por el Cuervo |
Tras la merienda, tomamos casi 5 kms de carretera (CUV-9031) en dirección Poyatos, afrontando la segunda dificultad montañosa del día: 4,4 kms prácticamente al 5%. Sea porque rodábamos por la sombra, que era ya total a esas horas, sea por el asfalto o porque el cuerpo ya se había acostumbrado a los esfuerzos, me resultó bastante menos exigente que los rampones tras Fuertescusa. En una ligera curva a izquierdas, empero, en el km 33,1 de nuestra ruta, abandonamos el alquitranado elemento y, con él, mis supuestas buenas sensaciones para enganchar un camino que nos llevaría al Camino de las Vaquerizas. La pista nos recibió con un muro de 300 metros al 10% y un firme roto y con regatas. Toro porfió un poco más que el que escribe, pero ambos tuvimos que ganar aquella cuesta empujando nuestras burras en pleno ocaso.
Una vez arriba, en una zona conocida como Pino Alto, se transita por un terreno ligeramente ondulado con un paisaje típico de bosque mediterráneo con numerosos calveros; es decir, un buen sitio para plantar nuestras tiendas de campaña y descargar nuestros pertrechos, a pesar de que sólo habíamos recorrido 34 kilómetros; así que decidimos no apurar más los escasos minutos de luz que nos quedaban. Recuerdo que, mientras clavábamos las piquetas de nuestras tiendas, hacíamos balance del día y, la verdad, la situación arrojaba más dudas que certezas: nos habíamos quedado a 18 kms de lo que habíamos diseñado y habíamos penado bastante, a pesar de lo corto del recorrido. El viejo adagio nunca falla: ¡¡Qué duro es este deporte, Pedro!!
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Algún punto en el paraje conocido como Pino Alto |
ETAPA 2. ALGÚN PUNTO EN EL PARAJE CONOCIDO COMO PINO ALTO - INMEDIACIONES DEL REFUGIO LA ALCONERAEtapa pintada
Etapa real
Arrancamos la segunda jornada con luces y sombras. Por un lado, ambos teníamos la sensación de haber descansado bastante bien, dadas las circunstancias; por otro, las reservas de agua que teníamos estaban bajo mínimos. Lo ideal para estos casos de pernocta es hacerlo junto a una fuente, para poder beber en abundancia (importante cuando una realiza estos esfuerzos) y preparar la comida, generalmente deshidratada o liofilizada, que es más ligera de transportar. La siguiente población -y por tanto, sitio seguro de abastecimiento de agua- al paso por nuestra ruta era Las Majadas, pero ésta distaba todavía 36 kms y estaba antecedida por un señor puertaco. La jornada anterior ya nos había llamado la atención lo seco que habíamos encontrado el monte y las fuentes agostadas o directamente inexistentes, a pesar de las indicaciones de los mapas cartográficos del Toro. Para nuestra tranquilidad, no obstante, en el peor de los casos siempre podríamos desviarnos mínimamente hasta la zona recreativa de Los Lagunillos (a unos 22 kms del inicio de la etapa, justo antes de afrontar el puerto mencionado), donde era seguro que había una fuente, y, si incluso ahí no encontrábamos el preciado líquido, obtenerlo directamente del río Escabas y darle el tratamiento de las pastillas potabilizadoras que llevábamos. (Mientras hacíamos estas elucubraciones, no podía dejar de acordarme de mí mismo, 48 horas antes en casa, con el blíster de pastillas potabilizadoras en la mano, preguntándome si no estaba siendo demasiado exagerado).
Comenzamos, pues, con una buena dosis de confianza que se vio efímeramente empañada por algún error en las intersecciones de caminos. Afortunadamente, aquella zona no era el laberinto de los montes de Fuertescusa de la primera jornada y, rápidamente deshicimos el entuerto y tomamos el Camino de las Vaquerizas. Eso sí: ni la Fuente de los Arenales ni la Fuente de la Peguera tenían una gota de agua y, de hecho, al llegar a la altura de la segunda, y aunque habíamos ganado ya la franja de los 1500 msnm, el panorama era algo desolador, puesto atravesamos un auténtico páramo, producto, sin duda, de un reciente incendio que todavía dejaba su impronta.
Poco tiempo después, para nuestro alivio, el camino se tornó ligeramente favorable y nos adentró en una veguilla que nos conduciría, de nuevo entre vegetación, al Refugio de las Vaquerizas. Este refugio es, actualmente, de titularidad privada, (como bien se explica en el magnífico blog Magia Serrana, sitio donde podréis encontrar información muy útil sobre la zona), así que estuvimos un rato investigando si la llamada Fuente de las Vaquerizas se encontraba dentro o no del recinto vallado donde se ubicaba el refugio, llegando a la conclusión de que debía estar dentro. Nuestros áridos gaznates nos tentaron a allanar la propiedad privada en busca del objeto de nuestro deseo, pero desistimos, finalmente, convencidos de que no podía quedar tanto hasta encontrar un punto de abastecimiento que no nos pusiera en esas tesituras.
Apenas 1300 m después del refugio salimos a la Carretera de Valquemado, que tomamos en dirección Poyatos. La carretera no desciende inmediatamente buscando el río Escabas sino que, de hecho, tiene unos 1200 metros en ligera subida hasta volver prácticamente a los 1450 msnm. Una vez aquí, por fin, comenzamos el descenso de casi 6 kms al -6% en un excelente firme. Una bajada bonita y sin peligro, dado que a pesar de la estrechura de la calzada, ésta tiene buena visibilidad y el tráfico es muy escaso. Tras cruzarnos, primero con un ciervo y después con el que estábamos convencidos de que era José Herrada, el corredor profesional del Cofidis, en una revuelta apareció, no obstante, la mayor de nuestras alegrías: la Fuente del Barranco del Lobo (km 17 de nuestro ruta). Allí estuvimos un rato, bebiendo en abundancia, recargando nuestros bidones y mochilas de hidratación, y haciendo un pequeño almuerzo a base de frutos secos y barritas. Las cosas empezaban a enderezarse: si el puerto se nos daba bien, podíamos estar en torno a las 13 horas en Las Majadas, recuperando así parte de lo perdido en la jornada anterior.
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Fuente del Barranco del Lobo. Amplias sonrisas ya |
Reemprendimos el descenso y, una vez abajo, decidimos prescindir de la zona recreativa
Los Lagunillos, teniendo ya nuestras reservas hídricas al máximo. A partir de aquí comenzaría la gran dificultad montañosa del día: algo más de 11 kms a algo menos del 3%. Vistos ahora los números, no parece algo demasiado exigente, pero servidor tenía grabado a fuego aquella subida desde
Donde nacen los ríos, en la que sufrí como un perro (como un perro solitario). En esta ocasión, sin embargo, las cosas fueron bien distintas. Tras una primeras rampas, muy cortas, al 10 e incluso al 12%, el puerto se pone muy tendido y ahí logramos coger una marcheta no del todo asfixiante pero productiva que nos permitió coronar en
Las Peñuelas en torno a las 13 horas y un rato después presentarnos ya en el restaurante en las Majadas. Tan prematuros fuimos que, a la llegada, todavía no estaban sirviendo el menú, así que decidimos estirar un poco nuestras piernas, llamar a la familia, tomarnos unas cuantas cervezas, socializar con los parroquianos del restaurante y, en definitiva, relajarnos. Había motivos para ello: después de 36 kms, habíamos recuperado terreno y superado nuestros problemas de abastecimiento de agua. Sin embargo, aún nos quedaban otros 49 kms si queríamos finalizar allí donde lo habíamos diseñado en un principio (en las inmediaciones de Vega del Codorno). Tocaba hacer un análisis realista de las fuerzas, el terreno y el tiempo disponible y, tras éste, convinimos en que pernoctar aquella noche en el
Refugio Tragacete, a unos 39 kms de la localidad de donde nos encontrábamos, ya suponía una gesta más que notable.
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Coronando en Las Peñuelas. Nada que ver con la anterior ocasión |
Abandonamos el
Restaurante Casa Raquel después de haber comido muy bien, si bien, en mi caso, evitando el atiborramiento, las salsas y los alimentos demasiado especiados (la sombra de aquella infausta etapa, desmesurada en todo, seguía siendo muy alargada, jeje). Por supuesto, la visita a
Los Callejones de las Majadas fue obligada, por más que aun quedaran bastantes kms por cubrir. Tras el paseo por el museo pétreo, volvimos al asfalto, rodando durante unos 6 kms por un terreno ondulado, muy disfrutón, en medio de un bosque algo más ralo y joven con respecto al de la primera parte de la etapa, donde no nos encontramos con ningún coche y sí alguna vaca. Posteriormente a este tramo, se acometen algo más de 6,5 kms en suave subida (2,5%) hasta coronar en la
Ceja de la Muela, donde se abre un hermosísimo valle por el que discurre el
Arroyo Valduérguina.
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Los Callejones de las Majadas |
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Toro reencontrándose con la family mientras coronaba la Ceja de la Muela |
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Valle del Arroyo Valduérguina
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La bajada al valle son apenas 2,5 kms que hubiéramos cubierto es un momento si no fuera porque a mitad de bajada aprovechamos para volver a rellenar agua en la Fuente del Pino. "Si no es así, ya no encontraréis agua hasta el mismo Refugio Tragacete. Está el monte seco que da pena", fue la lacónica recomendación que nos dio un joven de la zona con el que entablamos conversación en el restaurante, mientras cerveceábamos.
Abajo del todo, en el mismo lecho del valle, hay una intersección: a la derecha, Uña; a la izquierda, nuestra ruta, en dirección al
Refugio Alconera y, luego, el
Refugio Tragacete. La carretera, en un principio, era tal cual la describió nuestro espontáneo informante: "buena, con un montón de baches", aunque poco a poco se desintegraba el asfalto para dar paso a un firme de tierra compactada en un tendencia mínima, pero ascendente. Poco después, en el km 60,4 de nuestra ruta, decidimos, al poco de pasar por la
Fuente Cañada del Mostajo (seca, como tantas otras), abandonar la buena pista por un camino de peor firme a nuestra izquierda que ascendía a la
Loma Atravesada, bajo la cual nace el
Río Escabas. Se trataba de un pequeño atajo, ya que esa pista buena es la que nos llevaría a ambos refugios. Por este atajo, sin embargo, una vez ganada la
Loma Atravesada, se descendía por un caminete a ratos "algo trialero" -coincidía, sin duda, con el curso de una pequeña rambla- enseguida al
Refugio de la Alconera. A esas alturas yo me encontraba exultante: por un lado, la etapa estaba siendo bellísima, metidos casi siempre por bosque, rodando por superficies muy variadas pero siempre cómodas para el peso que transportábamos. Lo mismo se podía decir de los desniveles, menos extremos que los del primer día. Por otro lado, íbamos recuperando terreno, solventando nuestros problemas de abastecimiento de agua y dosificando bien la batería de los móviles. Y por si fuera poco, me iba encontrando cada vez más fuerte. Las dudas del primer día habían desaparecido y me sentía poderoso para continuar incluso más allá del
Refugio Tragacete si hubiera sido necesario. Con estos pensamientos en la cabeza, claro, acometí el repecho a la
Loma Atravesada bastante encendido. Toro iba detrás y, por contra, él no parecía tan fino como en la jornada anterior o bien las cervezas y el cordero no le habían sentado tan bien. No me extrañó, por tanto, los 10 ó 20 m de distancia que le cogí. Sin embargo, un poco más allá, volví a girar la cabeza y lo divisé, ya a un centenar de metros, desmontado de la bici y observando la parte trasera de la misma. El repecho no tenía tanto entidad para eso. Malo. Al llegar a su altura, se confirmaba el peor de los temores: el portaequipajes no había aguantado más. No, no es que hubiera saltado algún tornillo de los que lo anclan al tirante de la rueda trasera -como nos ocurriera en el
Tour of Scotland-, era más grave: una de las patas que enganchan al eje de la rueda se había partido. Todas las alarmas se encendieron. Afortunadamente, Toro, que se ha visto en mil situaciones de estas, puesto que él sí es un auténtico "trotamundos del alforjeo", improvisó una solución momentánea con unas bridas. El porta parecía aguantar, y así rodamos con mucha cautela por aquel tramo regulero hasta llegar al
Refugio Alconera. Allí entendimos que era el momento de reforzar la ñapa con hilo de freno, parar y repensar, de nuevo, el resto de ruta por acometer.
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Benditas bridas |
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Y ahora, ¿qué? ¿cómo rediseñamos esto? |
Ciertamente, una avería de tal envergadura te provoca, aunque sea a escala mínima, un pequeño proceso de duelo. En efecto, hubo negación ("¿cómo es posible? ¡Ayer rodamos por sitios infinitamente peores y se rompe justo ahora!"), ira ("¡hay que joderse!), miedo ("¿ahora cómo cojones lo hacemos? no podemos continuar con el porta roto con todo el terreno de caminos que queda por delante"), depresión o autoinculpación ("¡si es que no se puede rodar con tanto peso atrás; o nos tiramos al bike packing o esto no tiene sentido!") y, finalmente, la aceptación, que consistió en pernoctar allí mismo y reemprender la marcha al día siguiente, rodando por caminos sólo lo estrictamente necesario y acortando obligatoriamente la tercera etapa. Aún así, saldrían casi 15 kms de caminos (que parecían de cierta entidad, así que cruzamos los dedos para que eso significara que también eran de buen firme) y más de 53 travesía.
La fuente del Refugio de la Alconera, tal y como nos había advertido nuestro amigo de las cervezas (¡qué lejano parecía ya ese momento!), también estaba estéril y, el refugio en sí, sin estar sucio, tampoco era de lo más acogedor. Todo ello, sumado a que la cabaña ya tenía un morador, hizo que, finalmente, volviéramos a acampar esta vez en un prado a unos centenares de metros del refugio y a la misma distancia de unos chopos. Después de dos días de sudoración ostensible, apareció el pequeñoburgués que llevo dentro y sentí la necesidad de, si no darme una ducha como tal, sí, al menos, lavarme un poco la cara, sobaquera y huevada, de modo que decidí adentrarme en aquellos chopos que parecían estar muy lozanos como para que no recibieran nada de agua. Mi fe tuvo premio y encontré un caño con un hilo de agua; Dios aprieta pero no ahoga.
Una vez aseados y comidos, las cosas, como ocurre siempre, se ven de otra manera. El chico que iba a pernoctar en el refugio era otro
biker, éste solitario, que realizaba la relativamente famosa R
uta de las Montañas Vacías con bicicleta de gravel. Poco después, ya en las tiendas, Toro y el que escribe nos reíamos de la conversación que habíamos tenido con él un rato antes porque, si bien nosotros maldecíamos de nuestro estilo, esto es, bicicletas de montaña de toda la vida con la rueda trasera soportando todo el peso de las alfojas, él lo hacía de su bicicleta de
gravel con
bike packing (esas pequeñas mochilitas que aprovechan el cuadro y otros elementos para repartir el peso), aunque no tanto por los bultos del
bike packing sino, más bien, por la falta de amortiguación. Recuerdo que el colega estaba tan cruzado que llegó a hablar del "camelo del
gravel" para este tipo de recorridos. Yo no he tenido nunca bicicleta de
gravel, así que es poco lo que puedo aportar a este inagotable debate, pero lo que queda claro es que unas alfojas traseras como las que yo llevé, con casi 14 kgs de peso, están casi en el límite de lo aconsejable para un recorrido así, por más que el fabricante asegure que aguantan hasta 25 kgs. Y si no, a los hechos me remito.
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Últimos rayos de luz para plantar la tienda en las inmediaciones del Refugio de La Alconera |
ETAPA 3. INMEDIACIONES DEL REFUGIO DE LA ALCONERA - CAÑAMARES.
La mañana del último día de nuestra pequeña travesía resultó fresca, por no decir fría de cojones. A decir verdad, yo ya lo había notado en la tienda: aquella noche me costó conciliar el sueño dentro de un saco que no acababa de alcanzar una temperatura confortable. Desde luego, no se me olvida que ha llegado el momento de renovar saco. En el desayuno, no obstante, nos mostrábamos mucho más animados con respecto a la tarde anterior, fundamentalmente porque nuestro amigo de la
gravel (que precisamente en esos momentos parecía poner fin a su calvario, puesto que ataba la bici al remolque de un 4x4 que había acudido hasta allí) nos había informado que todo el recorrido por caminos de tierra que habíamos rediseñado lo había realizado él -dado que forma parte del track 3 (Serranía de Cuenca) de la citada ruta de Montañas Vacías- y era igual de bueno que la pista del día anterior. "Este último tramo [que he hecho] no es, desde luego, de los peores", sentenció con un poso de amargura.
Y ciertamente, así fue: rodamos unos primeros 8,5 kms por un firme de tierra compactada excelente en medio de la Sierra de Tragacete, ondulado aunque siempre con tendencia ascendente, a un 2,7% de media; perfecto para entrar en calor pero ir haciendo camino. Coronamos al ganar el Colladillo Seco, acariciando los 1700 msnm. Desde allí hasta el Refugio Tragacete habrá unos 6 kms, así que la etapa anterior, tal y como la concebimos tras la comida, sí se nos podría haber hecho un poco larga.
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Repechos en busca del Colladillo Seco. Sierra Tragacete |
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En el bosque, a solas con nuestro esfuerzo |
Tras llegar al techo de nuestra etapa y travesía, siguieron 3,4 kms en descenso por el mismo camino para, en el km 11,8 de nuestra ruta, torcer a mano izquierda por otra pista, también en muy buen estado aunque con algún tramo de arena en el Barranco de las Colmenas que, con las burras lanzadas del descenso, implicó algo de riesgo. Esta segunda pista, de unos 3 kms desde que dejamos la anterior, desemboca, de nuevo en la Carretera de Valquemado, por la que repetiríamos el descenso hasta el Albergue Tejadillos. Este hecho, el repetir un tramo del recorrido -por más que este descenso por carretera sea una gozada- suponía un buen mordisco al kilometraje y recorrido por caminos original, pero también el obligatorio sacrificio si no queríamos comprometer la aventura por completo. Y es que uno imagina una ruta en el confort de su casa: unos determinados kilómetros, unos determinados caminos, unos sitios para la pernocta, etc., pero luego la montaña, la climatología, los puntos de agua, tu forma física (que generalmente siempre es peor de lo que pensabas) o las averías te va poniendo en tu sitio. El hombre propone y la aventura dispone, y a este claro axioma que se revelaba una vez más conviene no oponerse.
El tramo que compartimos, empero, es de sólo 7 kms, hasta alcanzar las Casas de Tejadillos. Una vez aquí, giramos a la derecha para rodar junto al Escabas de nuevo, pero en esta ocasión siguiendo su curso en lugar de remontarlo. Esta vía es, quizás, un pelín más ancha que la Carretera de Valquemado, pero, no obstante, muy bonita, con vistas en todo momento al río y que nos conduciría en un suave descenso de 8,5 kms a la CUV-9031. Esta nueva carretera la tomamos en dirección Fuertescusa y ya no la dejaríamos hasta conectar con la CM-210, ya en las inmediaciones de Cañamares, nuestro destino final. La CUV-9031, desde donde accedimos, tiene un poco el mismo aspecto que la que traíamos: una bonita carretera junto al río, sin dificultad en lo ciclístico, hasta llegar al km 40 de nuestra ruta. En ese momento, el río se desparrama por un valle más abierto en un paraje conocido como La Sernilla y la carretera se encarama, ladera arriba, ofreciendo unas vistas al valle hermosísimas. Si bien en cierto que, de haber continuado con el porta en buen estado hubiéramos rodado por los caminos que se dibujaban a la vera del río, el puertecete (2 kms a poco más del 5%) nos brindó un pequeño reto físico y, sobre todo, unas fotos chulas donde se nota que la preocupación ya había sido superada.
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Haciendo el gili |
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Y otra más sobria |
Superamos esta última dificultad montañosa en torno a las 12 horas (algo que no habíamos anticipado ni en la mejor de nuestras previsiones) debido, fundamentalmente, a que el apaño del porta había aguantado bien y no había hecho falta ajustarla en ningún momento, y a que por carretera, admitámoslo, se avanza muchísimo más fácil. Así las cosas, decidimos, en las postrimerías de nuestra travesía, retornar al hedonismo y devolverle a nuestros ya algo ajados cuerpecicos las recompensas prometidas: bañito en el
Escabas, el río que había dominado casi toda la ruta, y comilona en Fuertescusa antes de reemprender la vuelta en coche con una sonrisa de oreja a oreja y la sensación de haber pasado 3 días cojonudos.
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Misión cumplida |